¿Quién dijo que la Ópera es “elitista”?


En León, una iniciativa del Teatro del Bicentenario regresa la Ópera a sus legítimos dueños: el pueblo, los artistas, los jóvenes, las familias, la comunidad entera. Como hace más de cuatrocientos años en los teatros callejeros de la Toscana renacentista, la música y el drama –o la comedia- entusiasmaron a más de cinco mil leoneses que el pasado fin de semana, sentados en los jardines del Bicentenario disfrutaron de tres producciones, La Bohème, El Barbero de Sevilla y Tosca, que en su dia se representaron en el propio teatro.

Ópera Picnic –así se llamó el experimento concebido por Alonso Escalante- convocó de manera gratuita por redes sociales y sólo a través de ellas a todos los seguidores del Teatro a disfrutar de una función –o dos, o las tres- en pantalla gigante digital, con sonido profesional y que lo hiciesen además acompañados de sus amigos, sus parejas, sus hijos, sus padres o sus vecinos, para crear una atmósfera de solidaridad, convivencia y articulación social en torno a una manifestación artística que, como en sus orígenes, volvió a convertirse en un fenómeno cultural y popular.

Solo que ahora no en Toscana, o en la Provence, sino en León, Guanajuato, México.

Sin  ningún incidente que lamentar, ni humano ni técnico, el público leonés que asistió asombró por su interés, su respeto, su urbanidad y su espíritu participativo. Mil quinientas personas el jueves, dos mil el viernes y otras dos mil el sábado son testigos que la ópera goza de cabal salud y está viviendo los mejores momentos de su existencia, superado el acartonamiento y falsedad a que fue sometida en épocas no muy remotas, hoy la ópera emerge como un espectáculo escénico y dramático de gran magnitud que se adapta a la modernidad y que recoge los desafíos históricos y sociales para convertirse también –cómo no- en un arte de denuncia…y además popular.

Hoy, gracias a este experimento, cinco mil leoneses más saben que la ópera ni asusta ni aburre ni hace daño y que por el contrario, sirve para extraer del público lo mejor de su espíritu. Los gobernantes deberán aprender la lección de que los ciudadanos somos adultos, sabemos convivir y comportarnos y no seguir tratándonos como menores de edad o peor, como sujetos de reformatorio.

Viendo la espléndida versión de Tosca que se cantó en el Teatro del Bicentenario y que se proyectó el sábado en un jardín abarrotado, respetuoso y entusiasta, reflexioné sobre qué pensaran algunos de los consejeros “ciudadanos” del Teatro que desde su balcón decimonónico prodigan “magnánimamente” el arte al pueblo pero siempre en sentido vertical, de arriba hacia abajo, y esta idea genial del teatro de compartir el arte en sentido horizontal, de tú a tú, de nosotros a nosotros, de igual a igual, porque eso y sólo eso es la Cultura.

(Lo que hacen los decimonónicos es, simplemente, Diletancia).

Acerca de


Última recreación de Marcello como alter ego de Federico adulto, en La Città delle Donne.  Acerca de

La Ópera como «Arte Total»


A Propósito de Cavalleria Rusticana y Pagliacci:

Sabido es que Wagner definió a la ópera como el “Arte Total”,  por sus componentes musicales, teatrales y visuales que la convierten en un arte integrador por excelencia, en el que es el equilibrio de todas las expresiones el que le da sentido y fin.

Por una deformación histórica propiciada por la preponderancia de las voces y la música sobre el relato que se narra y el fenómeno de la interpretación escénica, frecuentemente se olvida que la ópera nace (o más bien, renace) como una especie de “teatro cantado” a partir de la iniciativa de la Camerata Fiorentina, círculo literario de la Florencia renacentista, pero que a través del tiempo se vino convirtiendo en un espectáculo musical y vocal.

De hecho fue hasta mediados del siglo veinte, con la irrupción en el mundo operístico de personajes ajenos a la formación musical pero con un bagaje teatral o cinematográfico incuestionable como Luchino Visconti, el inmenso cineasta de “El Gatopardo”, que transformaron la ópera percibiéndola como un fenómeno teatral y convirtiendo a las sopranos por ejemplo, en lo que nunca habían sido: grandes actrices además de grandes cantantes. Medea, Macbeth, Anna Bolena o La Sonnambula fueron algunas de sus producciones históricas para La Scala, llevando casi siempre como protagonista a Maria Callas.

No  obstante, este reposicionamiento de la interpretación actoral ha llevado  hoy en día a excesos incomprensibles y hasta antiestéticos: La Bohème de Salzburgo de Michieletto, Fantin y Tetti, que convierte a los bohemios parisinos en una suerte de vagabundos que habitan en casas abandonadas de las afueras de París, o La Traviata en gris también de Salzburgo de Willi Decker, que bien podría subtitularse algo así como “crónica de un velorio anunciado”, o el Rigoletto del Met, de Michael Mayer y Christine Jones cuya historia ubican ¡en Las Vegas!.

Sin embargo, cuando en una producción operística concurren tantos talentos (musicales, vocales, escénicos e interpretativos) hacen que ésta se muestre precisamente como el ejemplo wagneriano del arte total. Así fue la función de Cavalleria Rusticana y Pagliacci del domingo por la tarde en el Teatro del Bicentenario. A una orquesta que suena cada vez mejor y voces de gran calidad bajo una batuta poderosa y sabia, hay que sumar ahora un montaje tan novedoso como conceptual en una suerte de homenaje a la tradición italiana de la Commedia dell’Arte, del “Teatro dentro del Teatro”, de Pirandello (“Sei Personaggi in cerca d’autore”) o de Fellini (“E la nave va”).

Por eso deseo enfatizar aspectos usualmente no mencionados en las crónicas: la iluminación, los recursos técnicos, los movimientos en el escenario, el papel actoral y protagónico del Coro, la hilatura de los dos dramas vistos como uno solo, el vestuario y, sobre todo, el valor conceptual de la producción, de tal modo que, al presenciar una historia –que no dos- como esta de Cavalleria/Pagliacci, valoramos a la ópera como lo que realmente debe ser, no solo un todo en lo estético sino un todo en lo histórico, técnico, intelectual. Así, con una producción como ésta, la ópera se convierte en la mejor y más completa manifestación cultural posible.

Por ello en esta ocasión mi reconocimiento es para la producción, de la que Alonso Escalante es el principal inspirador y que completan el director y escenógrafo Mauricio García Lozano, el responsable de la iluminación Víctor Zapatero, de la escenografía Jorge Ballina, del vestuario Mario Marín, de maquillaje Cinthia Muñoz y de coreografía Ruby Tagle. Ellos hacen posible lo que se canta en el Prólogo de Pagliacci: “El autor ha intentado tomar un trozo natural de la vida pues su máxima es que el artista es un hombre y es para él para quien debe escribir….por ello se inspira en la realidad”.

Al reconocerlos a ellos, estamos haciéndole justicia a un puñado de creadores que en el mundo luchan por devolverle a la ópera su importancia teatral al tiempo que lo hacen preservándola en su contexto histórico, en el respeto a la idea de sus autores y al marco musical que ellos le dieron.

Al salir anoche del Teatro después de la función me dijo un amigo, “¿Tú viste la función del Met de Cav/Pag que se presentó en el Mateo Herrera hace dos o tres meses?” Al contestarle afirmativamente me dice entusiasmado, “¡Pues es mil veces mejor ésta!”.

Ese es el valor del Teatro del Bicentenario: no solo sus grandes instalaciones técnicas sino la capacidad, la cohesión y el profesionalismo de su recurso humano que debemos todos (el Consejo por delante) mantener y preservar de la intromisión de los burócratas culturales y otros simplemente burócratas que siempre existen  a la vuelta de la esquina.

 

 

Los Secretos de la Ópera del Bicentenario


El estreno de Tosca en el Teatro del Bicentenario correspondió al octavo título presentado en esta sala desde que en el año 2011 inició su andadura operística con un éxito que en verdad poquísima gente, sobre todo en la propia ciudad de León, auguraba.

En efecto, hace apenas tres años que el Teatro abrió sus puertas a la ópera, espectáculo escénico para el que estaba preferentemente diseñado, con una puesta en escena del Elisir d’amore que contó con Ramón Vargas en el reparto lo que fue un acierto indudable de la dirección del inmueble porque la presencia del tenor mexicano más prestigioso de los últimos tiempos resultó un imán indudable para asegurar la taquilla en una ciudad que carecía de funciones operísticas regulares desde hacía más de veinte años y que por tanto no contaba en términos relativos con un público entendido o al menos asiduo a estas representaciones.

El éxito artístico del Elixir fue además formidable. La puesta en escena y las voces colmaron con amplitud las expectativas del público: unos pocos porque estaban familiarizados con el título y las voces, otros porque de forma autodidacta sabían de antemano de la música y las historias y los más, porque simplemente se fascinaron con un arte sorprendente que sigue ganando hoy en día nuevos adeptos y nuevos súbditos.

Después del Elixir, el Bicentenario ha sido la casa de Don Pasquale, Bohème, Butterfly, Rigoletto, Cenerentola, Traviata y ahora Tosca.

A estas alturas –a tres años de su primera función- el Teatro del Bicentenario se ha posicionado en México como la inobjetable sede de un estilo de producción sobrio, confiable, respetuoso a la vez que innovador y, sobre todo, de gran calidad musical y teatral, algo que no siempre se ve en nuestro país, no digamos en los Teatros que, antes de la irrupción del recinto leonés en la escena operística, fueron un día los iconos nacionales de las artes escénicas.

He tenido la fortuna de asistir a todas las producciones desde aquel Elixir de 2011. Pues bien, el sábado 16 de agosto, después del último aplauso de los muchos, eternos, que resonaron en la sala al término de una gran Tosca, me quedó la misma sensación de todas las veces anteriores: que esa función que recién terminaba había sido la mejor que había presenciado en la joven historia del teatro.

¿Puede ser esto posible? ¿Puede una adecuada administración efectivamente superar título a título sus expectativas? Tal vez. O quizá la mente humana se deja engañar por las sensaciones placenteras y momentáneas del espíritu, lo que vendría a demostrar dos cosas: una que la ópera del Bicentenario ha sido por lo menos de una calidad  sorprendente y uniforme, cuando no en constante superación, y otra que yo debo ser un pésimo crítico operístico  porque ante todo me dejo llevar por la pasión y las emociones del instante eludiendo la racionalización que implica sentarte a descubrir posibles defectos y no a disfrutar este regalo de la vida que es la ópera.

En mayo pasado regresé de un viaje a Europa el mismo día que concluían las representaciones de La Traviata en el Bicentenario y acudí con enorme interés a la última función también sabatina y salí de ella reconfortado por una versión del drama de Verdi respetuosa y a la vez moderna, aprovechando las opciones técnicas del teatro y con excelentes voces y ejecución musical. Venía de presenciar el miércoles anterior en el Teatro Real de Madrid una estrambótica puesta en escena –una más del legado de Gerard Mortier- de Les contes d’Hoffmann, que era anunciada pomposamente como su “testamento operístico”.

Coproducida con la Ópera de Sttutgart esta versión de Sylvain Cambreling y Christoph Marthaler estaba ambientada en el salón de billar del Círculo de Bellas Artes madrileño, lugar en donde Mortier se refugiaba sus últimos meses de vida y se correspondía con una peligrosa moda instaurada hace algunos años en Europa y que arribó a nuestro continente por las puertas del Met abiertas por su megalómano director: producciones descontextualizadas y costosas de directores escénicos convertidos en los nuevos divos de la ópera, en demérito de cantantes y músicos.

Esta moda sin embargo se ha cobrado ya algunas víctimas y amenaza generalizarse. En Europa primero fue la bancarrota del Liceu de Barcelona y recientemente la de la Ópera de Roma; el mismo Real está al borde del abismo porque las ayudas gubernamentales en tiempo de crisis se han reducido. En América cerró sus puertas la Ópera de San Diego y el propio Met está hoy en entredicho: despilfarros grotescos, producciones inútiles, solo para batir récords y un descenso de más del 20% de los ingresos de taquilla, lo que demuestra que las producciones de Peter Gelb y su selección de voces y directores no interesan al público viejo y nuevo tanto como él cree.

Hace un año el gran Leo Nucci en una entrevista publicada en ABC de Sevilla, con motivo de su presentación en La Maestranza como Rigoletto, mencionó que lo que cuesta hoy montar una ópera es “obsceno” y calificó a muchos directores de escena actuales como “arrogantes y aprovechados, que se cargan las óperas por querer hacerlas raras y costosas”. “No hay ninguna necesidad de llevar La Bohème al mundo de la drogadicción. Eso es justo lo que hace anacrónica una ópera” mencionaba entonces, haciendo referencia a la controvertida versión de Damiano Michieletto y Paolo Fantin para el Festival de Salzburgo 2012.

¿Qué pasa en cambio en el Bicentenario? Muchas cosas diferentes: para empezar, una estricta racionalización del gasto, una creciente autosuficiencia en costos de producción pues la construcción de la escenografía y los vestuarios se hace con personal técnico del propio teatro, una contratación adecuada de elencos, un coro integrado por jóvenes de variopintas profesiones que han adoptado a la ópera como su mejor aliado cultural, intelectual, familiar y social y un conocimiento sin igual de la administración del inmueble en relación a los gustos del público, número de funciones, fechas de las mismas y títulos adecuados.

De esta manera podemos decir hoy que el público de León confía ciegamente en la ópera del Bicentenario por la sencilla razón de que nunca ha sido defraudado. En estos tres años las funciones han gozado de grandes entradas y muchos cupos completos y como buen público nuevo, joven y entusiasta da gusto ver que no ha perdido ni un ápice de su capacidad de asombro. Por todo ello la administración del Teatro no solo administra con sentido temporal sino que construye un legado educacional y formativo de cara al futuro.

Estos son los secretos revelados del éxito de la ópera del Bicentenario. El público leonés y los aficionados de todo el país lo reconocen. ¿Serán capaces las autoridades culturales y los gobiernos de reconocerlo también….?.

Un Lugar en el Corazón del Espectador


La ópera es una suma de expresiones artísticas impresionante. Tiene música, canto, actuación, luz como la fotografía, movimiento como el cine, desarrollo argumental como una novela, tiene arquitectura, diseño, pintura, escultura, poesía. La puesta en marcha simultánea de los mecanismos que producen esos fenómenos, es lo que llamamos Ópera.

Por esa razón, entre otras muchas, es que cada función tiene resultados diferentes pues ninguna expresión artística es igual. El ser humano, detonador del proceso de creación, nunca es igual a otro, ni siquiera a sí mismo en distintos momentos. Así, los músicos, el coro, las voces protagónicas, los directores, los técnicos introducen en cada función los cambios nacidos de sus estados de ánimo y el resultado es que una misma «Bohème», con idénticos intérpretes y producción, emite sensaciones, colores y expresiones diferentes.

Y eso sin contar con el estado de ánimo del espectador, que puede cambiar tanto.

«La Bohème» del Teatro del Bicentenario nos mostró en cada una de sus tres funciones un ángulo, una luz, un tono, un color únicos.

Por eso la ópera se puede volver tan adictiva. En la cinta «Pretty Woman» que en 1990 realizó Garry Marshall y que no pasó a la historia ni es un film a recordar, hay sin embargo una referencia operística memorable, cuando Richard Gere en el papel del millonario Edward Lewis se hace acompañar de la prostituta de Hollywood Boulevard Vivian Ward, encarnada por Julia Roberts a  una función de «La Traviata» en la Ópera de San Francisco.

Con los acordes del Preludio como fondo, Gere le comenta a Roberts: «La reacción de la gente la primera vez que ve una ópera es muy espectacular, o les encanta o les horroriza; si les encanta, será para siempre y si no, pueden aprender a apreciarla…pero jamás les llegará al corazón».

Estas funciones de «La Bohème» tan intensas, tan emotivas, han sacudido el ánimo de los espectadores leoneses como hacía tiempo no se  veía en un evento cultural. Las explosiones de júbilo y reconocimiento del público al término de las arias o de los actos y sobre todo al final de la representación, son el testimonio de que vimos una ópera con diversos matices cada día, pero que siempre llegó a las profundidades del corazón del público leonés.

Bien podría Alonso Escalante director del Teatro y productor de este programa inolvidable  hacer suyas las palabras del director de la Bayerische Staatsoper, la famosa Ópera de Munich: «Queremos raptarle, seducirle, mostrarle su mundo con otra luz». Justo lo que sucedió.

Esto es la ópera y este es el reino del público. Por eso después de una representación, nada es igual, ni personajes, ni historia, ni voces y menos el ánimo soberano del espectador, porque al parecer a los leoneses, aplicándoles la sentencia de Gere, «La Bohème» sí les llegó al corazón.

El Último Acto


Anne Delécole, cuyas opiniones operísticas respeto muchísimo, me hizo una observación en el tono comedido en el que ella se expresa, sobre mi comentario «Mi Propia Bohème», publicado en estas páginas. En la función del pasado miércoles mi amiga Anne me hizo ver que el artículo omitió a otros intérpretes y responsables de estas inolvidables funciones, particularmente a George Petean, el excelente barítono rumano que logró una interpretación de Marcello para la historia.

El que hubiese tenido problemas de extensión y espacio no justifica, en todo caso, esta omisión que ahora trato de resarcir, no solo con los cantantes sino con otros participantes fundamentales en el éxito de «La Bohème» leonesa.

Luis Miguel Lombana -actor, director de ópera, de teatro, de televisión, estudiante de canto y autor y narrador de historias- director escénico de esta producción, logró narrar la historia con una solvencia admirable, interpretando a la perfección los cambios y las transiciones musicales y del libreto para que fuera creible el drama que surge a partir de una historia ligera y chusca. No cabe duda, una buena dirección se palpa en la agilidad y congruencia del desarrollo de la ópera. Una parte importante de esta presentación inolvidable se le debe a él.

La voz de Rosendo Flores es sorprendente. A pesar de su juventud, la profundidad de sus tonalidades es casi la de un bajo en plena madurez; basta oir en You Tube su interpretación del aria de Felipe II en la ópera «Don Carlo» de Verdi, «Ella giammai m’amò», en la ópera de Bogotá; con tal espesura que pareciera que la está cantando uno de los tradicionales bajos verdianos, casi todos de más de sesenta años. Y en «La Bohème» ha dejado Flores una joya para el público leonés: la penúltima aria de la obra  que metafóricamente dio anoche el cerrojazo a una minitemporada inolvidable…»Vecchia zimarra, senti…» Vieja chaqueta, escúchame.

Jesús Ibarra interpretó a Schaunard. Es un barítono, también muy joven y también con una bella voz. Tuve la oportunidad de escucharlo en una clase que le impartió hace unos días Ramón Vargas en el Mateo Herrera. Es una experiencia imborrable atestiguar una clase del que es tal vez el mejor maestro de canto entre todos los cantantes en activo del mundo y seguramente imborrable también lo será para Ibarra.

Una conocida del público leonés, María Alejandres, refrenda su simpatía personal, su facilidad actoral y su grande y fresca voz con una Musetta a tono con el gran reparto. Su presencia no desmerece, por el contrario, enaltece el elenco.

Por último, Petean. Sólo en la temporada 2011-2012 que recién está terminando interpretó al pintor Marcello varias veces en dos producciones, en el Covent Garden londinense y en el Liceu de Barcelona. Paisano de Angela Gheorghiu, cantó con ella la gala de fin de año de 2006 en el Palais Garnier de París y con Angela grabó también “L’Amico Fritz” de Mascagni. En 2013 cantará las óperas “Don Carlos” en la Staatsoper de Viena, “La Traviata”  en Zurich, y “Lucia” en la Deutsche Oper de Berlín entre otras, ¿alguna duda queda sobre su posición de privilegio en el mundo de la ópera?. En su trato personal además, es George Petean un hombre sencillo y extrovertido, como los grandes. Pido pues una disculpa ahora a Anne, a Petean y a todos los omitidos en la nota de hace cuatro días.

En fin, terminaron las funciones de “La Bohème” y la melancolía por su partida no deja de estar presente en mucha gente, en muchos espectadores que la disfrutaron, la sintieron, la aplaudieron. Y como en el último acto de la ópera, dejemos que Colline cante por nosotros “Ora che il giorni lieti fuggir, ti dico addio, fedele amico mio. Addio”….Ahora que los días felices se nos van, te digo adiós, fiel amigo mío. Adiós….

Mi Propia Bohème


Por más intentos que hago de recuperar la objetividad y la capacidad de análisis para juzgar una función de ópera, no lo consigo. Así es que quienes esperen un juicio moderado o sereno sobre «La Bohème» de esta semana en el Teatro del Bicentenario, aquí no lo obtendrán.

Pero si conseguirán en cambio atestiguar la explosión de ánimo, la identificación de los sentimientos y la plenitud estética que me causaron las notas de Puccini el domingo pasado, oídas y disfrutadas en mi tierra, en mi casa, interpretadas por una gran orquesta dirigida magistralmente y por cinco voces que rivalizaron en calidad y congruencia actoral con cualquiera de los elencos del mundo: Barbara Haveman, Ramón Vargas, George Petean, María Alejandres, Rosendo Flores y Jesús Ibarra.

Algún día reseñé que en 1961, en el Teatro Rosas Moreno de Lagos y con producciones de Bellas Artes, se presentaron «La Bohème» y «Lucia di Lammermoor» con un elenco del que solo recuerdo a la inolvidable Irma González, leyenda de la ópera mexicana. Desde entonces he perdido la cuenta de las veces que he visto Bohemia en muchos lugares del planeta, León incluído.

En NY he tenido la suerte de toparme con ella un número indeterminado de veces, incluyendo dos con Anna Netrebko y otra con Ramón Vargas y Angela Gheorghiu el día que se filmó la función base de un exitoso DVD. De algunas otras ni el elenco recuerdo porque no son rescatables para la memoria.

«La Bohème» de León supera las espectativas de muchas producciones del Met y de todos lados.  Porque el domingo ocurrió el milagro. Hay noches operísticas en donde una función se acerca a la perfección: las voces entran a tiempo, la orquesta no desafina una sola nota, los cantantes se colocan en el lugar adecuado del escenario y, sobre todo, asumen la naturaleza de su papel a la perfección.

De hecho, antes del domingo no había visto jamás a ninguna soprano entender a Mimí tan profundamente como Haveman. No hay que olvidar que la enfermedad de la protagonista está presente desde el inicio y Mimí entra en escena con su condena a muerte en el semblante, acompañada además con los acordes que Puccini vuelve a utilizar para ella en todos los momentos dramáticos de la ópera. Pues bien, algunas veces las sopranos del Star System aprovechan el primero y segundo acto para pasearse lucidoramente por el escenario y no asumen la gravedad de su mal (la enfermedad de Mimi) hasta muy entrada la ópera.

Todo lo contrario con Barbara Haveman que ha hecho una Mimí creíble, real, sobria, enferma, discreta, memorable, precisamente como quería Puccini. Su semblante adusto, su seriedad, la sobriedad de su interpretación, más el cuerpo y la profundidad de su voz y el uso adecuado del volumen, colmaron de buenas sensaciones el Bicentenario.

Por fortuna  contamos otra vez con Ramón Vargas por segundo año consecutivo, gracias a la buena disposición del propio tenor y al manejo más que adecuado del teatro por manos profesionales. Quienes asistimos a la función del domingo pudimos maravillarnos con un hermoso «do de pecho» de Ramón en el primer acto, durante su interpretación de «Che gelida manina».

Con János Kovács sucede algo similar a la interpretación de Barbara Haveman. El director húngaro (antiguo director titular de la Ópera Estatal de Budapest) mostró una admirable exactitud  y respeto al libreto de Puccini. Sin concesiones ni añadidos que se han venido dando a través de los años sino con apego estricto a la partitura original, como la escuela alemana, como Riccardo Muti, como dirigía Toscanini. Al final, los cantantes agradecen la claridad, exactitud y fidelidad a la partitura.

En fin, ¿lo mejor de todo?…Difícil decirlo pero tal vez sería la atmósfera de magia que se creó en el Teatro, las voces, la actuación, la escenografía, como marco a la música tal vez más romántica que existe. Deleitarnos con Puccini, sus acordes, sus magistrales transiciones, su historia de gente común donde la dicotomía del mundo de «buenos» y «malos» no existe, donde la generosidad, la solidaridad y el desprendimiento de todos los personajes los hace aparecer como verdaderos santos laicos en el santoral de la ópera.

Vivir tu propia historia dentro de otra. «La ópera narra sobre la existencia humana y los espectadores descubren a lo largo de la representación una historia propia, cada uno otra dependiendo de su vida y de su biografía» afirma Nikolaus Bachler, Director artístico de la Ópera de Munich y justo eso me provocó, a mí al menos, la Bohème del Bicentenario.

“La Bohème”: Dos Ramón Vargas, una sola Excelencia


Cuando el pasado siete de agosto Ramón Vargas platicó con reporteros de los medios de comunicación en el Teatro del Bicentenario, lo hizo reflexionando acerca de su vida artística y, sobre todo, de las condiciones necesarias para ser un buen cantante o mejor, un buen cantante y, además, duradero. Privilegiar la técnica sobre la fuerza física es para el maestro la clave de la durabilidad y excelencia en una carrera operística. La historia está rebosante de cantantes excesivamente “musculares” con una vida muy corta en su voz.

Dos días después abundó sobre el concepto en una entrevista que me concedió para la TV y más aún, el año pasado cuando en otra entrevista charlamos con motivo de su presentación en León con “El Elixir de Amor”, reflexionó someramente sobre la durabilidad de la voz cuando empleas la técnica, al recordar la carrera extensísima de uno de sus ídolos, el tenor español Alfredo Kraus que murió a los 72 años de edad en activo y cantando los mismos papeles de siempre pues conservó hasta su muerte la tesitura, el timbre y la firmeza de su voz original. Todo un fenómeno de la ópera.

Cuando Ramón Vargas cantó por última vez antes de hoy “La Bohème” en México, aún no pasaban grandes cosas en su carrera: no había debutado en el Metropolitan Opera House de Nueva York y en Europa trabajaba de sol a sol como integrante del staff permanente de voces de la Ópera de Lucerna, tratando de abrirse paso a los grandes teatros. Era un Ramón Vargas con una voz bellísima y con una técnica interpretativa admirable.

Pues bien, su “Bohemia” de esta semana en León nos confirmará hasta dónde ha llevado ambas cualidades, una –la belleza de la voz- como un don natural, la otra –la técnica vocal e interpretativa- producto de años y días y horas de estudio y trabajo: No exagero si afirmo que no hay un tenor en el mundo, en 2012, que pueda considerarse un Maestro en su profesión como sin duda lo es Ramón. Hay voces más potentes, sí. Hay presencias más envolventes, sí. Mas en muchos casos esas estrellas fulgurantes resultan pasajeras, hasta que se vuelven estrellas fugaces.

Ramón Vargas por el contrario, conserva íntegra la belleza de su voz y cada día mejora su técnica interpretativa….eso le permitirá alcanzar la anhelada permanencia de Alfredo Kraus.

“La Bohème”, la ópera de Puccini que se ha cantado más que ninguna otra en el mundo, dueña de una partitura melodiosa y bella, se presenta en el teatro del Bicentenario en tres funciones, hoy domingo, el miércoles y el sábado próximos. Cuenta con un reparto excepcional –multinacional dirían los politólogos- encabezado por el propio Ramón Vargas, quien se acompañará de Barbara Haveman, soprano holandesa que triunfa en Europa, recientemente en La Scala, George Petean, barítono rumano que ya cantó “Bohemia” con Ramón en el Liceu de Barcelona en marzo pasado y María Alejandres que maravilló a los leoneses con su interpretación de Adina en “El Elixir” del año pasado.

Por su parte la producción es de las llamadas “de época”, guiño complaciente con el público de León, más bien de gustos tradicionales en cuanto a producciones operísticas.

En fin, quienes vieron y oyeron a Ramón Vargas hace más de veinte años cantar “La Bohème” en México, se encontrarán ahora en el Bicentenario un tenor con la misma bella voz de entonces, pero graduado de Maestro.

 

La Magia de “La Bohème”, la Magia de Ramón Vargas


Repasando mis CDs de Ramón, dí con uno que es una joya, por cierto como las buenas joyas, no facil de encontrar hoy día. El disco en cuestión es un compendio de canciones italianas antiguas -de los siglos diecisiete y dieciocho- denominado «In My Heart», subtitulado «Nel Mio Cuore”. En él se escuchan melodías de Scarlatti, Paisiello, Caldara, Benedetto Marcello y otros músicos del Barroco, los auténticos precursores de la melodía cantada, tal y como la conocemos hoy.

Digo que esta grabación es una joya porque en ella podemos aquilatar, tal vez mejor que en ninguna otra, el grado de maestría que ha alcanzado en el mundo del canto nuestro tenor, seguramente el más estudioso y sabedor de los secretos del canto, de cuantos se encuentran en activo. Por ello, el éxito y el reconocimiento no son el resultado de un milagro: hay detrás dedicación, ensayos y estudio, mucho estudio.  En este país somos buenísimos para colgarnos las medallas de los atletas o tararear las arias de nuestros cantantes y festejar sus triunfos. Qué bueno sería que, además, los reconociéramos por los años, los días y las horas que les llevó prepararse para lograr el éxito.

Ramón Vargas está celebrando treinta años como cantante, lo que lo convierte en un tenor confiable y duradero. En ese tiempo su repertorio ha ido variando de acuerdo a la maduración natural de la voz humana. Hace un año que lo entrevisté para este medio con motivo del memorable “Elixir de Amor” que interpretó en el Bicentenario, me comentaba cómo «a todos los cantantes nos cambia la voz con el paso del tiempo, el único que he conocido –agregaba- que permaneció con su voz única y bellísima  toda la vida fue Alfredo Kraus».

Así, el Maestro ha dejado de cantar algunas obras del belcanto por ejemplo, y hoy afronta el reto de las de influencia belcantista de Verdi. De hecho,  con motivo del bicentenario del natalicio del compositor, el Met de Nueva York programó una temporada 2012-2013 muy «verdiana». En ella Ramón interpretará «Don Carlo», acompañado de Barbara Frittoli, Dimitri Hvorostovsky y Ferruccio Furlanetto, bajo la batuta de Lorin Maazel.

Sin embargo y aunque hace más de veinte años que no la canta en México (actractivo extra para acudir a las funciones del Bicentenario), «La Bohème»es una de las óperas fijas en su repertorio. En el Met por ejemplo, la ha interpretado en treinta y tres ocasiones; lo hizo por primera vez  el 20 de octubre del 2001 con Patricia Racette y Carlo Rizzi en la dirección, y la última el 25 de febrero del año pasado, con Maya Kovalevska y Marco Armiliato. Su calendario del 2011 lo concluyó con siete funciones de Bohemia en la Ópera de Munich y además, en febrero y marzo de este año la cantó en el Liceu de Barcelona con Angela Gheorghiu alternando con Fiorenza Cedolins.

De la pareja artística Gheorghiu-Vargas en «La Bohème» conservo un imborrable recuerdo. El 29 de marzo de 2008 estaba yo presente en el Met para una función doblemente histórica: Se iba a transmitir por primera vez en vivo y en Alta Definición a muchos recintos del mundo la función, tal como ahora se sigue haciendo con un gran éxito y se homenajeaba en ella también al gran director, productor y escenógrafo Franco Zeffirelli, creador de producciones operísticas que recorrieron el mundo.

Angela y Ramón, como dicen los taurinos, «bordaron» la más bella interpretación de la obra pucciniana que recuerdo, en vivo o en grabación alguna. El escenario lo ocuparon a plenitud y el  acoplamiento fue exacto, perfecto, porque la perfección de los instantes existe, se llama magia, y todos la hemos sentido alguna vez en la vida. Años después, en octubre de 2011, y pensando en un obsequio que yo deseaba hacer, Ramón me autografió en un café neoyorkino el DVD de esa función. Gran artista y mejor persona.

Woody Allen: El ingenio de nunca acabar


Roma es, sin duda, una de las más importantes musas urbanas del cine, sólo comparable tal vez con Nueva York. Durante años, la cinematografía americana hizo de esa ciudad su set exterior más utilizado: al menos dos versiones de «Tres monedas en la fuente», la clásica, de 1954, con Louis Jourdan, Jean Peters y Rossano Brazzi; la inolvidable «Vacaciones en Roma» con la también inolvidable Audrey Hepburn y Gregory Peck y «Los amantes deben aprender», una cinta de mi adolescencia con Troy Donahue, Angie Dickinson, Suzanne Pleshette y otra vez Rossano Brazzi, son solo un ejemplo de la italianitis y en especial romanitis que padeció el cine americano de los cincuentas y sesentas.

Antes, en la postguerra, en los años del hambre, el desempleo y la reconstrucción, Roma dio al mundo uno de los movimientos cinematográficos más importantes de la historia: el Neorrealismo, que actuó como catársis artística sobre la pobreza y la desesperanza que afloraban en aquella injusta sociedad. Roberto Rossellini, Vittorio de Sica y Federico Fellini entre otros grandes cineastas de una generación hasta hoy irrepetible, hicieron de la maltrecha capital de Italia escenario de sus historias llenas de ternura, amor, humor, denuncia, cotidianeidad, todo utilizando la mejor narración cinematográfica que se ha hecho jamás.

Los maestros del Neorrealismo enseñaron al mundo cómo contar bellamente una historia a través de una lente y una cámara: eso es el cine.

De todo eso se trata «De Roma con amor», la última cinta de Woody Allen, de cartelera en León desde el viernes pasado, amalgama o collage de todos los clichés posibles sobre la Roma del cine: desde personajes y situaciones que resumen muy bien aquello de «cómo ve Hollywood a los romanos» hasta los muy italianos: recién casados provincianos que llegan a la gran ciudad, la prostituta, el galán otoñal, el ciudadano anónimo y común, típico del neorrealismo, un tenor de ópera, y todo ello enmarcado por los iconos visuales de la ciudad: la Plaza del Campidoglio, la de España, la del Popolo, Navona, Trevi, Trastevere, Foro Imperial, Coliseo….

En fín, si esta cinta la hubiese realizado cualquier director de comedias para idiotas de las que hoy abundan, no pasaría de ser un incidente más entre la decadente cinematográfia gringa….pero la dirigió Woody Allen y entonces, por su ingenio interminable y por su capacidad para contar historias, «De Roma con amor» se vuelve la mejor propuesta de una cartelera que tiene meses de acusar una gran falta de inteligencia y buen gusto.

Por cierto, con esta fresca comedia en la que el cineasta regresa como protagonista, Woody Allen se rinde irremediablemente a los pies de su admirado Fellini a quien hace guiño tras guiño a lo largo del film.

Así, la historia de la muchacha provinciana que cae en brazos del galán viejo y esponjoso es de «El jeque blanco», los paparazzi, Civitavecchia y el paseo por la Via Veneto son de «La Dolce Vita», la procesión religiosa y el desfile de modelos son de «Fellini-Roma», la prostituta es la Saraghina evolucionada de «Ocho y Medio», las mujeres exhuberantes que persiguen al pobre Pissanello son de «La Ciudad de las Mujeres» (la de Snàporaz) y el propio Roberto Benigni en todas las situaciones del film, que resulta ser un alter ego de Mastroianni como el propio Marcello lo fue de Federico.

Todo ello enmarcado en el interminable ingenio del cineasta, que aún le queda espacio para hacer una sátira demoledora de la Ópera -patrimonio cultural de los romanos-, para la que utiliza a Fabio Armilliato, un tenor de la profesión, y hasta una caricatura de las neurosis acostumbradas en sus personajes norteamericanos.

Entonces volvemos al principio: si el cine es el arte de saber contar historias a través de una lente y una cámara y Woody Allen lo hace casi a la perfección a sus 76 años, ¿será el más completo cineasta de la actualidad….?

Por lo menos sus películas son bellas, ingeniosas, inteligentes, irónicas, hilarantes, como «De Roma con amor».