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¿Quién dijo que la Ópera es “elitista”?


En León, una iniciativa del Teatro del Bicentenario regresa la Ópera a sus legítimos dueños: el pueblo, los artistas, los jóvenes, las familias, la comunidad entera. Como hace más de cuatrocientos años en los teatros callejeros de la Toscana renacentista, la música y el drama –o la comedia- entusiasmaron a más de cinco mil leoneses que el pasado fin de semana, sentados en los jardines del Bicentenario disfrutaron de tres producciones, La Bohème, El Barbero de Sevilla y Tosca, que en su dia se representaron en el propio teatro.

Ópera Picnic –así se llamó el experimento concebido por Alonso Escalante- convocó de manera gratuita por redes sociales y sólo a través de ellas a todos los seguidores del Teatro a disfrutar de una función –o dos, o las tres- en pantalla gigante digital, con sonido profesional y que lo hiciesen además acompañados de sus amigos, sus parejas, sus hijos, sus padres o sus vecinos, para crear una atmósfera de solidaridad, convivencia y articulación social en torno a una manifestación artística que, como en sus orígenes, volvió a convertirse en un fenómeno cultural y popular.

Solo que ahora no en Toscana, o en la Provence, sino en León, Guanajuato, México.

Sin  ningún incidente que lamentar, ni humano ni técnico, el público leonés que asistió asombró por su interés, su respeto, su urbanidad y su espíritu participativo. Mil quinientas personas el jueves, dos mil el viernes y otras dos mil el sábado son testigos que la ópera goza de cabal salud y está viviendo los mejores momentos de su existencia, superado el acartonamiento y falsedad a que fue sometida en épocas no muy remotas, hoy la ópera emerge como un espectáculo escénico y dramático de gran magnitud que se adapta a la modernidad y que recoge los desafíos históricos y sociales para convertirse también –cómo no- en un arte de denuncia…y además popular.

Hoy, gracias a este experimento, cinco mil leoneses más saben que la ópera ni asusta ni aburre ni hace daño y que por el contrario, sirve para extraer del público lo mejor de su espíritu. Los gobernantes deberán aprender la lección de que los ciudadanos somos adultos, sabemos convivir y comportarnos y no seguir tratándonos como menores de edad o peor, como sujetos de reformatorio.

Viendo la espléndida versión de Tosca que se cantó en el Teatro del Bicentenario y que se proyectó el sábado en un jardín abarrotado, respetuoso y entusiasta, reflexioné sobre qué pensaran algunos de los consejeros “ciudadanos” del Teatro que desde su balcón decimonónico prodigan “magnánimamente” el arte al pueblo pero siempre en sentido vertical, de arriba hacia abajo, y esta idea genial del teatro de compartir el arte en sentido horizontal, de tú a tú, de nosotros a nosotros, de igual a igual, porque eso y sólo eso es la Cultura.

(Lo que hacen los decimonónicos es, simplemente, Diletancia).

Un Lugar en el Corazón del Espectador


La ópera es una suma de expresiones artísticas impresionante. Tiene música, canto, actuación, luz como la fotografía, movimiento como el cine, desarrollo argumental como una novela, tiene arquitectura, diseño, pintura, escultura, poesía. La puesta en marcha simultánea de los mecanismos que producen esos fenómenos, es lo que llamamos Ópera.

Por esa razón, entre otras muchas, es que cada función tiene resultados diferentes pues ninguna expresión artística es igual. El ser humano, detonador del proceso de creación, nunca es igual a otro, ni siquiera a sí mismo en distintos momentos. Así, los músicos, el coro, las voces protagónicas, los directores, los técnicos introducen en cada función los cambios nacidos de sus estados de ánimo y el resultado es que una misma «Bohème», con idénticos intérpretes y producción, emite sensaciones, colores y expresiones diferentes.

Y eso sin contar con el estado de ánimo del espectador, que puede cambiar tanto.

«La Bohème» del Teatro del Bicentenario nos mostró en cada una de sus tres funciones un ángulo, una luz, un tono, un color únicos.

Por eso la ópera se puede volver tan adictiva. En la cinta «Pretty Woman» que en 1990 realizó Garry Marshall y que no pasó a la historia ni es un film a recordar, hay sin embargo una referencia operística memorable, cuando Richard Gere en el papel del millonario Edward Lewis se hace acompañar de la prostituta de Hollywood Boulevard Vivian Ward, encarnada por Julia Roberts a  una función de «La Traviata» en la Ópera de San Francisco.

Con los acordes del Preludio como fondo, Gere le comenta a Roberts: «La reacción de la gente la primera vez que ve una ópera es muy espectacular, o les encanta o les horroriza; si les encanta, será para siempre y si no, pueden aprender a apreciarla…pero jamás les llegará al corazón».

Estas funciones de «La Bohème» tan intensas, tan emotivas, han sacudido el ánimo de los espectadores leoneses como hacía tiempo no se  veía en un evento cultural. Las explosiones de júbilo y reconocimiento del público al término de las arias o de los actos y sobre todo al final de la representación, son el testimonio de que vimos una ópera con diversos matices cada día, pero que siempre llegó a las profundidades del corazón del público leonés.

Bien podría Alonso Escalante director del Teatro y productor de este programa inolvidable  hacer suyas las palabras del director de la Bayerische Staatsoper, la famosa Ópera de Munich: «Queremos raptarle, seducirle, mostrarle su mundo con otra luz». Justo lo que sucedió.

Esto es la ópera y este es el reino del público. Por eso después de una representación, nada es igual, ni personajes, ni historia, ni voces y menos el ánimo soberano del espectador, porque al parecer a los leoneses, aplicándoles la sentencia de Gere, «La Bohème» sí les llegó al corazón.

Mi Propia Bohème


Por más intentos que hago de recuperar la objetividad y la capacidad de análisis para juzgar una función de ópera, no lo consigo. Así es que quienes esperen un juicio moderado o sereno sobre «La Bohème» de esta semana en el Teatro del Bicentenario, aquí no lo obtendrán.

Pero si conseguirán en cambio atestiguar la explosión de ánimo, la identificación de los sentimientos y la plenitud estética que me causaron las notas de Puccini el domingo pasado, oídas y disfrutadas en mi tierra, en mi casa, interpretadas por una gran orquesta dirigida magistralmente y por cinco voces que rivalizaron en calidad y congruencia actoral con cualquiera de los elencos del mundo: Barbara Haveman, Ramón Vargas, George Petean, María Alejandres, Rosendo Flores y Jesús Ibarra.

Algún día reseñé que en 1961, en el Teatro Rosas Moreno de Lagos y con producciones de Bellas Artes, se presentaron «La Bohème» y «Lucia di Lammermoor» con un elenco del que solo recuerdo a la inolvidable Irma González, leyenda de la ópera mexicana. Desde entonces he perdido la cuenta de las veces que he visto Bohemia en muchos lugares del planeta, León incluído.

En NY he tenido la suerte de toparme con ella un número indeterminado de veces, incluyendo dos con Anna Netrebko y otra con Ramón Vargas y Angela Gheorghiu el día que se filmó la función base de un exitoso DVD. De algunas otras ni el elenco recuerdo porque no son rescatables para la memoria.

«La Bohème» de León supera las espectativas de muchas producciones del Met y de todos lados.  Porque el domingo ocurrió el milagro. Hay noches operísticas en donde una función se acerca a la perfección: las voces entran a tiempo, la orquesta no desafina una sola nota, los cantantes se colocan en el lugar adecuado del escenario y, sobre todo, asumen la naturaleza de su papel a la perfección.

De hecho, antes del domingo no había visto jamás a ninguna soprano entender a Mimí tan profundamente como Haveman. No hay que olvidar que la enfermedad de la protagonista está presente desde el inicio y Mimí entra en escena con su condena a muerte en el semblante, acompañada además con los acordes que Puccini vuelve a utilizar para ella en todos los momentos dramáticos de la ópera. Pues bien, algunas veces las sopranos del Star System aprovechan el primero y segundo acto para pasearse lucidoramente por el escenario y no asumen la gravedad de su mal (la enfermedad de Mimi) hasta muy entrada la ópera.

Todo lo contrario con Barbara Haveman que ha hecho una Mimí creíble, real, sobria, enferma, discreta, memorable, precisamente como quería Puccini. Su semblante adusto, su seriedad, la sobriedad de su interpretación, más el cuerpo y la profundidad de su voz y el uso adecuado del volumen, colmaron de buenas sensaciones el Bicentenario.

Por fortuna  contamos otra vez con Ramón Vargas por segundo año consecutivo, gracias a la buena disposición del propio tenor y al manejo más que adecuado del teatro por manos profesionales. Quienes asistimos a la función del domingo pudimos maravillarnos con un hermoso «do de pecho» de Ramón en el primer acto, durante su interpretación de «Che gelida manina».

Con János Kovács sucede algo similar a la interpretación de Barbara Haveman. El director húngaro (antiguo director titular de la Ópera Estatal de Budapest) mostró una admirable exactitud  y respeto al libreto de Puccini. Sin concesiones ni añadidos que se han venido dando a través de los años sino con apego estricto a la partitura original, como la escuela alemana, como Riccardo Muti, como dirigía Toscanini. Al final, los cantantes agradecen la claridad, exactitud y fidelidad a la partitura.

En fin, ¿lo mejor de todo?…Difícil decirlo pero tal vez sería la atmósfera de magia que se creó en el Teatro, las voces, la actuación, la escenografía, como marco a la música tal vez más romántica que existe. Deleitarnos con Puccini, sus acordes, sus magistrales transiciones, su historia de gente común donde la dicotomía del mundo de «buenos» y «malos» no existe, donde la generosidad, la solidaridad y el desprendimiento de todos los personajes los hace aparecer como verdaderos santos laicos en el santoral de la ópera.

Vivir tu propia historia dentro de otra. «La ópera narra sobre la existencia humana y los espectadores descubren a lo largo de la representación una historia propia, cada uno otra dependiendo de su vida y de su biografía» afirma Nikolaus Bachler, Director artístico de la Ópera de Munich y justo eso me provocó, a mí al menos, la Bohème del Bicentenario.

“La Bohème”: Dos Ramón Vargas, una sola Excelencia


Cuando el pasado siete de agosto Ramón Vargas platicó con reporteros de los medios de comunicación en el Teatro del Bicentenario, lo hizo reflexionando acerca de su vida artística y, sobre todo, de las condiciones necesarias para ser un buen cantante o mejor, un buen cantante y, además, duradero. Privilegiar la técnica sobre la fuerza física es para el maestro la clave de la durabilidad y excelencia en una carrera operística. La historia está rebosante de cantantes excesivamente “musculares” con una vida muy corta en su voz.

Dos días después abundó sobre el concepto en una entrevista que me concedió para la TV y más aún, el año pasado cuando en otra entrevista charlamos con motivo de su presentación en León con “El Elixir de Amor”, reflexionó someramente sobre la durabilidad de la voz cuando empleas la técnica, al recordar la carrera extensísima de uno de sus ídolos, el tenor español Alfredo Kraus que murió a los 72 años de edad en activo y cantando los mismos papeles de siempre pues conservó hasta su muerte la tesitura, el timbre y la firmeza de su voz original. Todo un fenómeno de la ópera.

Cuando Ramón Vargas cantó por última vez antes de hoy “La Bohème” en México, aún no pasaban grandes cosas en su carrera: no había debutado en el Metropolitan Opera House de Nueva York y en Europa trabajaba de sol a sol como integrante del staff permanente de voces de la Ópera de Lucerna, tratando de abrirse paso a los grandes teatros. Era un Ramón Vargas con una voz bellísima y con una técnica interpretativa admirable.

Pues bien, su “Bohemia” de esta semana en León nos confirmará hasta dónde ha llevado ambas cualidades, una –la belleza de la voz- como un don natural, la otra –la técnica vocal e interpretativa- producto de años y días y horas de estudio y trabajo: No exagero si afirmo que no hay un tenor en el mundo, en 2012, que pueda considerarse un Maestro en su profesión como sin duda lo es Ramón. Hay voces más potentes, sí. Hay presencias más envolventes, sí. Mas en muchos casos esas estrellas fulgurantes resultan pasajeras, hasta que se vuelven estrellas fugaces.

Ramón Vargas por el contrario, conserva íntegra la belleza de su voz y cada día mejora su técnica interpretativa….eso le permitirá alcanzar la anhelada permanencia de Alfredo Kraus.

“La Bohème”, la ópera de Puccini que se ha cantado más que ninguna otra en el mundo, dueña de una partitura melodiosa y bella, se presenta en el teatro del Bicentenario en tres funciones, hoy domingo, el miércoles y el sábado próximos. Cuenta con un reparto excepcional –multinacional dirían los politólogos- encabezado por el propio Ramón Vargas, quien se acompañará de Barbara Haveman, soprano holandesa que triunfa en Europa, recientemente en La Scala, George Petean, barítono rumano que ya cantó “Bohemia” con Ramón en el Liceu de Barcelona en marzo pasado y María Alejandres que maravilló a los leoneses con su interpretación de Adina en “El Elixir” del año pasado.

Por su parte la producción es de las llamadas “de época”, guiño complaciente con el público de León, más bien de gustos tradicionales en cuanto a producciones operísticas.

En fin, quienes vieron y oyeron a Ramón Vargas hace más de veinte años cantar “La Bohème” en México, se encontrarán ahora en el Bicentenario un tenor con la misma bella voz de entonces, pero graduado de Maestro.

 

La Magia de “La Bohème”, la Magia de Ramón Vargas


Repasando mis CDs de Ramón, dí con uno que es una joya, por cierto como las buenas joyas, no facil de encontrar hoy día. El disco en cuestión es un compendio de canciones italianas antiguas -de los siglos diecisiete y dieciocho- denominado «In My Heart», subtitulado «Nel Mio Cuore”. En él se escuchan melodías de Scarlatti, Paisiello, Caldara, Benedetto Marcello y otros músicos del Barroco, los auténticos precursores de la melodía cantada, tal y como la conocemos hoy.

Digo que esta grabación es una joya porque en ella podemos aquilatar, tal vez mejor que en ninguna otra, el grado de maestría que ha alcanzado en el mundo del canto nuestro tenor, seguramente el más estudioso y sabedor de los secretos del canto, de cuantos se encuentran en activo. Por ello, el éxito y el reconocimiento no son el resultado de un milagro: hay detrás dedicación, ensayos y estudio, mucho estudio.  En este país somos buenísimos para colgarnos las medallas de los atletas o tararear las arias de nuestros cantantes y festejar sus triunfos. Qué bueno sería que, además, los reconociéramos por los años, los días y las horas que les llevó prepararse para lograr el éxito.

Ramón Vargas está celebrando treinta años como cantante, lo que lo convierte en un tenor confiable y duradero. En ese tiempo su repertorio ha ido variando de acuerdo a la maduración natural de la voz humana. Hace un año que lo entrevisté para este medio con motivo del memorable “Elixir de Amor” que interpretó en el Bicentenario, me comentaba cómo «a todos los cantantes nos cambia la voz con el paso del tiempo, el único que he conocido –agregaba- que permaneció con su voz única y bellísima  toda la vida fue Alfredo Kraus».

Así, el Maestro ha dejado de cantar algunas obras del belcanto por ejemplo, y hoy afronta el reto de las de influencia belcantista de Verdi. De hecho,  con motivo del bicentenario del natalicio del compositor, el Met de Nueva York programó una temporada 2012-2013 muy «verdiana». En ella Ramón interpretará «Don Carlo», acompañado de Barbara Frittoli, Dimitri Hvorostovsky y Ferruccio Furlanetto, bajo la batuta de Lorin Maazel.

Sin embargo y aunque hace más de veinte años que no la canta en México (actractivo extra para acudir a las funciones del Bicentenario), «La Bohème»es una de las óperas fijas en su repertorio. En el Met por ejemplo, la ha interpretado en treinta y tres ocasiones; lo hizo por primera vez  el 20 de octubre del 2001 con Patricia Racette y Carlo Rizzi en la dirección, y la última el 25 de febrero del año pasado, con Maya Kovalevska y Marco Armiliato. Su calendario del 2011 lo concluyó con siete funciones de Bohemia en la Ópera de Munich y además, en febrero y marzo de este año la cantó en el Liceu de Barcelona con Angela Gheorghiu alternando con Fiorenza Cedolins.

De la pareja artística Gheorghiu-Vargas en «La Bohème» conservo un imborrable recuerdo. El 29 de marzo de 2008 estaba yo presente en el Met para una función doblemente histórica: Se iba a transmitir por primera vez en vivo y en Alta Definición a muchos recintos del mundo la función, tal como ahora se sigue haciendo con un gran éxito y se homenajeaba en ella también al gran director, productor y escenógrafo Franco Zeffirelli, creador de producciones operísticas que recorrieron el mundo.

Angela y Ramón, como dicen los taurinos, «bordaron» la más bella interpretación de la obra pucciniana que recuerdo, en vivo o en grabación alguna. El escenario lo ocuparon a plenitud y el  acoplamiento fue exacto, perfecto, porque la perfección de los instantes existe, se llama magia, y todos la hemos sentido alguna vez en la vida. Años después, en octubre de 2011, y pensando en un obsequio que yo deseaba hacer, Ramón me autografió en un café neoyorkino el DVD de esa función. Gran artista y mejor persona.

Una voz para revivir recuerdos


La próxima semana Violeta Dávalos cantará en León La Viuda Alegre de Franz Lehar, en el Teatro del Bicentenario.

Ajenos demasiadas veces a la vida cultural y artística de nuestro país en general y de la ciudad de México en particular y arrastrados por la globalización -tan nefasta a veces, ¿verdad, señora Merkel?- que nos impone saber de grabaciones en el Covent Garden, de tenores mexicanos que triunfan en Europa, de nuevos valores de la ópera occidental pero surgidos de China, o de Corea, ignoramos casi todo de la ópera mexicana, de sus voces, sus creaciones, sus producciones, sus temporadas en Bellas Artes y más. Ignoramos, digo, casi todo.

Violeta Dávalos es la historia viviente de la ópera en México en los últimos años del siglo XX y en los inicios de este XXI, a partir de su debut en una superproducción de Aída que realizó el maestro Giuseppe Raffa en el Palacio de los Deportes y cuando nuestra protagonista contaba con apenas veinte años de edad.

A partir de entonces, Violeta ha encarnado a casi todas las heroínas de la ópera clásica: ha sido Mimi de La Bohème, Cio-Cio-San de Madama Butterfly, Floria Tosca de Tosca, Violeta Valèry de La Traviata, Santuzza de Cavalleria Rusticana, Donna Anna de Don Giovanni, Aída, en fin, con su tesitura de soprano lírico-spinto -sin duda la mejor de México- Violeta ha dado vida a las inolvidables mujeres de la ópera de las que más de un aficionado nos hemos enamorado alguna vez (este es un recuerdo personal para Lucía).

Y es además la intérprete más consistente de música de autores mexicanos; en su repertorio están Ambrosio de José Antonio Guzmán, Alicia y Brindis por un milenio de Federico Ibarra, Ildegonda de Melesio Morales y sobre todo, El regreso de Orestes de Roberto Bañuelas y Tata Vasco de Miguel Bernal Jiménez.

De igual forma Violeta Dávalos ha cantado en León varias veces: recuerdo una versión de ópera-concierto de Attila de Verdi, o cuando se inauguró hace un año el Teatro del Bicentenario donde prestó su espléndida voz a una Novena de Beethoven del decadente Enrique Bátiz y la decepcionante Sinfónica de la Universidad de Guanajuato.

Sin embargo la presencia de Violeta en León como intérprete de una obra de gran lirismo me despierta un recuerdo entrañable que se remonta veinte años atrás, cuando una maravillosa Violeta Dávalos protagonizó en esta ciudad un episodio operístico que hoy revivo.

La historia es esta: Diciembre de 1991, Teatro Doblado de León con localidades agotadas; en el foso la Orquesta Filarmónica del Bajío, una de las agrupaciones musicales más importantes en la historia moderna de este país; en la batuta Sergio Cárdenas, gran director, gran estudioso de la ópera, gran amigo; en el escenario unas jovencísima Violeta Dávalos acompañada del tenor regiomontano pero gracias a Manolo Álvarez leonés de adopción, Miguel Cortez;  la obra, La Bohemia de Puccini.

Instantes mágicos porque en aquel tiempo pocos directores del mundo interpretaban con la pasión y el talento del maestro Cárdenas la más famosa obra de Puccini. Instantes bellos porque en el Doblado no se oyó nunca una voz tan fresca y cristalina como la de Violeta Dávalos interpretando Si, mi chiamano Mimi, Donde lieta usci o Sono andati, tres arias sublimes del repertorio operístico. Instantes trágicos porque en aquel momento no sabíamos que en el Palacio de Gobierno del Paseo de la Presa ya se afilaba la tijera de la concertacesión que acabó con la Orquesta, con la mejor orquesta de este sufrido Guanajuato, en la que era, sin que nadie lo supiera entonces, su actuación final.

Veinte años después con un espléndido teatro nuevo y una producción operística que puede y debe consolidarse, mantengo la esperanza de ver nuevamente en el foso orquestal a un gran músico, Sergio Cárdenas, regresando a esta casa. Entre los cimientos de nuestro nuevo Teatro, hay un gran pilar que Sergio ayudó a levantar con la Filarmónica del Bajío.

Y hablando de sueños, la próxima semana por lo menos habrá uno que parece que sí se me cumplirá: ver y escuchar en el escenario a Violeta Dávalos en su plena madurez vocal y actoral interpretando de nuevo una obra lírica en León, en un regreso al futuro –hoy- cálido y casi inesperado.

Alegre, Sentimental, Romántico y Vigoroso, así es El Elixir de Amor


Estamos a una semana de la presentación en León de un espectáculo operístico que, al menos en el papel, parece ser el más importante en la exigüa vida cultural de la ciudad.

El Elixir de Amor, la entrañable ópera de Donizetti que trata sobre el amor -¡qué noticia, todas las óperas tratan sobre el amor!- de dos jóvenes aldeanos que se quieren pero que no se “encuentran” y que ese desencuentro da lugar a numerosas situaciones cómicas y a toda una situación de equívocos, se presentará por fin en tres funciones a partir del próximo domingo en el estupendo marco del Teatro del Bicentenario.

La atracción principal de este ciclo será sin duda la actuación de Ramón Vargas en el personaje principal. Del maestro Vargas ya hemos escrito mucho en esta serie de comentarios alusivos al evento; permítanme solamente mencionar su importante presencia en la discografía mundial  y, sobre todo, en las producciones en vivo de algunas óperas, que pueden encontrarse en DVDs: una Traviata producida por la Scala de Milán en 2007, con la excelente soprano Angela Gheorghiu y el barítono Roberto Frontali, del sello Art-Haus Musik; una producción de la versión francesa del Don Carlos de Verdi, realizada por la Ópera de Viena –Staatsoper- en 2004 con la firma TDK.

Un Idomeneo en el aniversario de Mozart al que fue dedicado el Festival de Salzburgo de 2006 y en el que se representaron sus ventidós óperas y se grabaron todas en una colección del consorcio Philips, Deutsche Grammophon y Decca y una joya altamente recomendable, el Don Giovanni del Covent Garden de Londres, grabado en 2008 con Simon Keenlyside como Don Giovanni y la mezzo estadounidense Joyce Di Donato en el rol de Donna Elvira.

Sin embargo, la presentación más emotiva que yo le recuerdo fue cuando asistí el 5 de abril de 2008 a la función donde se grabó  una Bohème en el Met y que, para mi fortuna, quedó inmortalizada en un DVD marca EMI de la colección en HD del Metropolitan Opera House. En esa ocasión Ramón Vargas ascendió a altísimos niveles de calidad interpretativa, acoplándose de maravilla a su compañera de reparto Angela Gheorghiu quien, no obstante su personalidad un tanto cuanto arrolladora, sucumbió a la dulzura y calidez de la voz del tenor, que puede ser, por momentos, más que memorable.

En el reparto del Elixir leonés lo acompaña María Alejandres quien interpreta a Adina, la heroína de la ópera. Esta jovencísima soprano mexicana tiene ya un recorrido muy interesentante: ganadora en 2008 a los veinticuatro años del concurso internacional Operalia que promueve por el mundo Plácido Domingo, en estos tres años ha ido consolidando una carrera muy seria, gracias al padrinazgo precisamente de Ramón Vargas, quien de seguro la aconsejó para que saliera de México a ganar nombre en los escenarios europeos.

Y así ha sido. María Alejandres en solo un par de años se ha hecho de un curriculum envidiable: ha cantado en St. Etienne, Parma, Turín, Nápoles, Moscú, Lausanne y el mes pasado en el Covent Garden de Londres. Así mismo, cabe destacar que, a pesar de su juventud, tiene ya un repertorio extensísimo que incluye grandes obras belcantistas –Rossini, Bellini, Donizetti-, Roméo et Juliette de Gounod, Rigoletto de Verdi y Gianni Schicchi y La Bohème de Puccini.

En la dirección orquestal se contará  con un excelente músico, José Luis Castillo, quien hizo una carrera brillante y consistente en la Sinfónica de la Universidad de Guanajuato y que, visto lo visto, los músicos y los melómanos todos, hoy añoramos. El maestro Castillo es actualmente titular de la Orquesta de Cámara de Bellas Artes.

Con estas buenas sensaciones previas, tenemos la certeza que El Elixir de Amor de la Ópera de León será un hermoso acontecimiento artístico que abrirá las puertas a un futuro halagador de nuestro Teatro.

….Y que el público acuda y, con sus emociones, le de marco a una de las partituras más alegres, melodiosas, sentimentales, románticas y vigorosas de la ópera italiana.

 

(Publicado en El Heraldo del Bajío y Zona Franca)

Teatro del Bicentenario: Por fin ¿Casa tomada?


Hasta el día de ayer, en la web oficial del excelente tenor mexicano Ramón Vargas (www.ramonvargas.com) pueden verse las fechas de su agenda y su calendario de presentaciones alrededor del mundo, cada vez con más éxito y aceptación, por la finura de su voz y, dicen quienes lo conocen, por sus atributos personales y su don de gentes.

Así podemos ver por ejemplo que este mes se presenta cinco veces en la Opera de Roma cantando La Bohème con la bellísima soprano rumana Hibla Gerzmava, bajo la dirección de James Conlon, titular de la Orquesta de la Opera de Los Angeles.

 El 15 de julio ofrecerá un concierto en el marco del Festival Cesky Krumlov en la República Checa en el que participan además leyendas como Plácido Domingo o el cellista Misha Maisky y al final del mes cantará en tres fechas La Canción de la Tierra de Mahler en la ciudad de México.

Y aquí empieza lo interesante: En su agenda oficial aparece que se presentará tres fechas ( 7, 10 y 13 de agosto) en el Teatro del Bicentenario de esta ciudad, interpretando el Nemorino de “El elisir d’amore” de Gaetano Donizetti. No menciona nada más, ni reparto, orquesta o conductor.

De confirmarse localmente tales presentaciones, este Elixir se convertiría en el acontecimiento operístico de la ciudad en los últimos cuarenta años al menos. Es cierto que en ese tiempo hemos disfrutado de conciertos de Plácido Domingo, el propio Ramón Vargas y otros más, pero un concierto no tiene nada comparable a una ópera en cuanto a concepto, intensidad vocal, grado de dificultad, conjunción visual y auditiva, movimientos, trama, imaginación, acoplamiento de voces, etc. Son dos fenómenos de naturaleza diversa y hasta opuesta y por tanto, sin comparación posible.

Hablar de Ramón Vargas es hacerlo de uno de los artistas de clase mundial en la ópera actual. Dueño de un timbre fino, delicado, de agudos bellísimos, atributos que lo hacen propicio a la interpretación de prácticamente todo el repertorio del bel canto (Bellini, Donizetti, Rossini) y de muchas óperas de Mozart y Verdi que se encuadran en su tesitura.

El tenor mexicano logra además una conjunción que no todos los artistas de la ópera consiguen: la aceptación por igual de los públicos europeos y el norteamericano. En efecto, Vargas es apreciado, y mucho, en el Teatro Real de Madrid, en La Scala, el Liceu de Barcelona, París, o en Zurich, Lucerna o Baden-Baden y  Munich por ejemplo.

En el Metropolitan Opera House de Nueva York Ramón Vargas es desde hace 19 años una presencia importante. Este año, con su interpretación del Don Ottavio de la ópera de Mozart “Don Giovanni” en octubre próximo, completará y superará las doscientas presentaciones en ese escenario, desde el 18 de diciembre de 1992 cuando cantó el Edgardo de “Lucia di Lammermoor” con la soprano americana June Anderson.

Doscientas apariciones se dice rápido pero para tener una idea de la importancia de esta cifra, habrá que decir que tenores de larga vida artística del pasado, como DiStefano o Kraus, no lo lograron. Y Luciano Pavarotti, la rutilante estrella de la ópera en los ochentas y parte de los noventas, se presentó en el Met en 378 ocasiones; cifra que creo que Ramón Vargas superará si logra tener una carrera prolongada…

…Como la de Plácido Domingo que, a partir de su debut el 12 de septiembre de 1968 sustituyendo de última hora a Franco Corelli, al lado de la mítica Renata Tebaldi en la “Adriana Lecouvreur” de Francesco Cìlea, se ha presentado en el Met ¡637 ocasiones como tenor!, más otras 133 como conductor de la Orquesta.

La próxima semana recurriremos a la memoria para evocar actuaciones de Ramón Vargas que en su día testificamos. Para mí, todas apasionantes.

Pero la mejor noticia de esta presencia en León es que, por fin, el Teatro del Bicentenario comenzará a ser una casa tomada por la ópera.