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Los Secretos de la Ópera del Bicentenario


El estreno de Tosca en el Teatro del Bicentenario correspondió al octavo título presentado en esta sala desde que en el año 2011 inició su andadura operística con un éxito que en verdad poquísima gente, sobre todo en la propia ciudad de León, auguraba.

En efecto, hace apenas tres años que el Teatro abrió sus puertas a la ópera, espectáculo escénico para el que estaba preferentemente diseñado, con una puesta en escena del Elisir d’amore que contó con Ramón Vargas en el reparto lo que fue un acierto indudable de la dirección del inmueble porque la presencia del tenor mexicano más prestigioso de los últimos tiempos resultó un imán indudable para asegurar la taquilla en una ciudad que carecía de funciones operísticas regulares desde hacía más de veinte años y que por tanto no contaba en términos relativos con un público entendido o al menos asiduo a estas representaciones.

El éxito artístico del Elixir fue además formidable. La puesta en escena y las voces colmaron con amplitud las expectativas del público: unos pocos porque estaban familiarizados con el título y las voces, otros porque de forma autodidacta sabían de antemano de la música y las historias y los más, porque simplemente se fascinaron con un arte sorprendente que sigue ganando hoy en día nuevos adeptos y nuevos súbditos.

Después del Elixir, el Bicentenario ha sido la casa de Don Pasquale, Bohème, Butterfly, Rigoletto, Cenerentola, Traviata y ahora Tosca.

A estas alturas –a tres años de su primera función- el Teatro del Bicentenario se ha posicionado en México como la inobjetable sede de un estilo de producción sobrio, confiable, respetuoso a la vez que innovador y, sobre todo, de gran calidad musical y teatral, algo que no siempre se ve en nuestro país, no digamos en los Teatros que, antes de la irrupción del recinto leonés en la escena operística, fueron un día los iconos nacionales de las artes escénicas.

He tenido la fortuna de asistir a todas las producciones desde aquel Elixir de 2011. Pues bien, el sábado 16 de agosto, después del último aplauso de los muchos, eternos, que resonaron en la sala al término de una gran Tosca, me quedó la misma sensación de todas las veces anteriores: que esa función que recién terminaba había sido la mejor que había presenciado en la joven historia del teatro.

¿Puede ser esto posible? ¿Puede una adecuada administración efectivamente superar título a título sus expectativas? Tal vez. O quizá la mente humana se deja engañar por las sensaciones placenteras y momentáneas del espíritu, lo que vendría a demostrar dos cosas: una que la ópera del Bicentenario ha sido por lo menos de una calidad  sorprendente y uniforme, cuando no en constante superación, y otra que yo debo ser un pésimo crítico operístico  porque ante todo me dejo llevar por la pasión y las emociones del instante eludiendo la racionalización que implica sentarte a descubrir posibles defectos y no a disfrutar este regalo de la vida que es la ópera.

En mayo pasado regresé de un viaje a Europa el mismo día que concluían las representaciones de La Traviata en el Bicentenario y acudí con enorme interés a la última función también sabatina y salí de ella reconfortado por una versión del drama de Verdi respetuosa y a la vez moderna, aprovechando las opciones técnicas del teatro y con excelentes voces y ejecución musical. Venía de presenciar el miércoles anterior en el Teatro Real de Madrid una estrambótica puesta en escena –una más del legado de Gerard Mortier- de Les contes d’Hoffmann, que era anunciada pomposamente como su “testamento operístico”.

Coproducida con la Ópera de Sttutgart esta versión de Sylvain Cambreling y Christoph Marthaler estaba ambientada en el salón de billar del Círculo de Bellas Artes madrileño, lugar en donde Mortier se refugiaba sus últimos meses de vida y se correspondía con una peligrosa moda instaurada hace algunos años en Europa y que arribó a nuestro continente por las puertas del Met abiertas por su megalómano director: producciones descontextualizadas y costosas de directores escénicos convertidos en los nuevos divos de la ópera, en demérito de cantantes y músicos.

Esta moda sin embargo se ha cobrado ya algunas víctimas y amenaza generalizarse. En Europa primero fue la bancarrota del Liceu de Barcelona y recientemente la de la Ópera de Roma; el mismo Real está al borde del abismo porque las ayudas gubernamentales en tiempo de crisis se han reducido. En América cerró sus puertas la Ópera de San Diego y el propio Met está hoy en entredicho: despilfarros grotescos, producciones inútiles, solo para batir récords y un descenso de más del 20% de los ingresos de taquilla, lo que demuestra que las producciones de Peter Gelb y su selección de voces y directores no interesan al público viejo y nuevo tanto como él cree.

Hace un año el gran Leo Nucci en una entrevista publicada en ABC de Sevilla, con motivo de su presentación en La Maestranza como Rigoletto, mencionó que lo que cuesta hoy montar una ópera es “obsceno” y calificó a muchos directores de escena actuales como “arrogantes y aprovechados, que se cargan las óperas por querer hacerlas raras y costosas”. “No hay ninguna necesidad de llevar La Bohème al mundo de la drogadicción. Eso es justo lo que hace anacrónica una ópera” mencionaba entonces, haciendo referencia a la controvertida versión de Damiano Michieletto y Paolo Fantin para el Festival de Salzburgo 2012.

¿Qué pasa en cambio en el Bicentenario? Muchas cosas diferentes: para empezar, una estricta racionalización del gasto, una creciente autosuficiencia en costos de producción pues la construcción de la escenografía y los vestuarios se hace con personal técnico del propio teatro, una contratación adecuada de elencos, un coro integrado por jóvenes de variopintas profesiones que han adoptado a la ópera como su mejor aliado cultural, intelectual, familiar y social y un conocimiento sin igual de la administración del inmueble en relación a los gustos del público, número de funciones, fechas de las mismas y títulos adecuados.

De esta manera podemos decir hoy que el público de León confía ciegamente en la ópera del Bicentenario por la sencilla razón de que nunca ha sido defraudado. En estos tres años las funciones han gozado de grandes entradas y muchos cupos completos y como buen público nuevo, joven y entusiasta da gusto ver que no ha perdido ni un ápice de su capacidad de asombro. Por todo ello la administración del Teatro no solo administra con sentido temporal sino que construye un legado educacional y formativo de cara al futuro.

Estos son los secretos revelados del éxito de la ópera del Bicentenario. El público leonés y los aficionados de todo el país lo reconocen. ¿Serán capaces las autoridades culturales y los gobiernos de reconocerlo también….?.

Mi Propia Bohème


Por más intentos que hago de recuperar la objetividad y la capacidad de análisis para juzgar una función de ópera, no lo consigo. Así es que quienes esperen un juicio moderado o sereno sobre «La Bohème» de esta semana en el Teatro del Bicentenario, aquí no lo obtendrán.

Pero si conseguirán en cambio atestiguar la explosión de ánimo, la identificación de los sentimientos y la plenitud estética que me causaron las notas de Puccini el domingo pasado, oídas y disfrutadas en mi tierra, en mi casa, interpretadas por una gran orquesta dirigida magistralmente y por cinco voces que rivalizaron en calidad y congruencia actoral con cualquiera de los elencos del mundo: Barbara Haveman, Ramón Vargas, George Petean, María Alejandres, Rosendo Flores y Jesús Ibarra.

Algún día reseñé que en 1961, en el Teatro Rosas Moreno de Lagos y con producciones de Bellas Artes, se presentaron «La Bohème» y «Lucia di Lammermoor» con un elenco del que solo recuerdo a la inolvidable Irma González, leyenda de la ópera mexicana. Desde entonces he perdido la cuenta de las veces que he visto Bohemia en muchos lugares del planeta, León incluído.

En NY he tenido la suerte de toparme con ella un número indeterminado de veces, incluyendo dos con Anna Netrebko y otra con Ramón Vargas y Angela Gheorghiu el día que se filmó la función base de un exitoso DVD. De algunas otras ni el elenco recuerdo porque no son rescatables para la memoria.

«La Bohème» de León supera las espectativas de muchas producciones del Met y de todos lados.  Porque el domingo ocurrió el milagro. Hay noches operísticas en donde una función se acerca a la perfección: las voces entran a tiempo, la orquesta no desafina una sola nota, los cantantes se colocan en el lugar adecuado del escenario y, sobre todo, asumen la naturaleza de su papel a la perfección.

De hecho, antes del domingo no había visto jamás a ninguna soprano entender a Mimí tan profundamente como Haveman. No hay que olvidar que la enfermedad de la protagonista está presente desde el inicio y Mimí entra en escena con su condena a muerte en el semblante, acompañada además con los acordes que Puccini vuelve a utilizar para ella en todos los momentos dramáticos de la ópera. Pues bien, algunas veces las sopranos del Star System aprovechan el primero y segundo acto para pasearse lucidoramente por el escenario y no asumen la gravedad de su mal (la enfermedad de Mimi) hasta muy entrada la ópera.

Todo lo contrario con Barbara Haveman que ha hecho una Mimí creíble, real, sobria, enferma, discreta, memorable, precisamente como quería Puccini. Su semblante adusto, su seriedad, la sobriedad de su interpretación, más el cuerpo y la profundidad de su voz y el uso adecuado del volumen, colmaron de buenas sensaciones el Bicentenario.

Por fortuna  contamos otra vez con Ramón Vargas por segundo año consecutivo, gracias a la buena disposición del propio tenor y al manejo más que adecuado del teatro por manos profesionales. Quienes asistimos a la función del domingo pudimos maravillarnos con un hermoso «do de pecho» de Ramón en el primer acto, durante su interpretación de «Che gelida manina».

Con János Kovács sucede algo similar a la interpretación de Barbara Haveman. El director húngaro (antiguo director titular de la Ópera Estatal de Budapest) mostró una admirable exactitud  y respeto al libreto de Puccini. Sin concesiones ni añadidos que se han venido dando a través de los años sino con apego estricto a la partitura original, como la escuela alemana, como Riccardo Muti, como dirigía Toscanini. Al final, los cantantes agradecen la claridad, exactitud y fidelidad a la partitura.

En fin, ¿lo mejor de todo?…Difícil decirlo pero tal vez sería la atmósfera de magia que se creó en el Teatro, las voces, la actuación, la escenografía, como marco a la música tal vez más romántica que existe. Deleitarnos con Puccini, sus acordes, sus magistrales transiciones, su historia de gente común donde la dicotomía del mundo de «buenos» y «malos» no existe, donde la generosidad, la solidaridad y el desprendimiento de todos los personajes los hace aparecer como verdaderos santos laicos en el santoral de la ópera.

Vivir tu propia historia dentro de otra. «La ópera narra sobre la existencia humana y los espectadores descubren a lo largo de la representación una historia propia, cada uno otra dependiendo de su vida y de su biografía» afirma Nikolaus Bachler, Director artístico de la Ópera de Munich y justo eso me provocó, a mí al menos, la Bohème del Bicentenario.

“La Bohème”: Dos Ramón Vargas, una sola Excelencia


Cuando el pasado siete de agosto Ramón Vargas platicó con reporteros de los medios de comunicación en el Teatro del Bicentenario, lo hizo reflexionando acerca de su vida artística y, sobre todo, de las condiciones necesarias para ser un buen cantante o mejor, un buen cantante y, además, duradero. Privilegiar la técnica sobre la fuerza física es para el maestro la clave de la durabilidad y excelencia en una carrera operística. La historia está rebosante de cantantes excesivamente “musculares” con una vida muy corta en su voz.

Dos días después abundó sobre el concepto en una entrevista que me concedió para la TV y más aún, el año pasado cuando en otra entrevista charlamos con motivo de su presentación en León con “El Elixir de Amor”, reflexionó someramente sobre la durabilidad de la voz cuando empleas la técnica, al recordar la carrera extensísima de uno de sus ídolos, el tenor español Alfredo Kraus que murió a los 72 años de edad en activo y cantando los mismos papeles de siempre pues conservó hasta su muerte la tesitura, el timbre y la firmeza de su voz original. Todo un fenómeno de la ópera.

Cuando Ramón Vargas cantó por última vez antes de hoy “La Bohème” en México, aún no pasaban grandes cosas en su carrera: no había debutado en el Metropolitan Opera House de Nueva York y en Europa trabajaba de sol a sol como integrante del staff permanente de voces de la Ópera de Lucerna, tratando de abrirse paso a los grandes teatros. Era un Ramón Vargas con una voz bellísima y con una técnica interpretativa admirable.

Pues bien, su “Bohemia” de esta semana en León nos confirmará hasta dónde ha llevado ambas cualidades, una –la belleza de la voz- como un don natural, la otra –la técnica vocal e interpretativa- producto de años y días y horas de estudio y trabajo: No exagero si afirmo que no hay un tenor en el mundo, en 2012, que pueda considerarse un Maestro en su profesión como sin duda lo es Ramón. Hay voces más potentes, sí. Hay presencias más envolventes, sí. Mas en muchos casos esas estrellas fulgurantes resultan pasajeras, hasta que se vuelven estrellas fugaces.

Ramón Vargas por el contrario, conserva íntegra la belleza de su voz y cada día mejora su técnica interpretativa….eso le permitirá alcanzar la anhelada permanencia de Alfredo Kraus.

“La Bohème”, la ópera de Puccini que se ha cantado más que ninguna otra en el mundo, dueña de una partitura melodiosa y bella, se presenta en el teatro del Bicentenario en tres funciones, hoy domingo, el miércoles y el sábado próximos. Cuenta con un reparto excepcional –multinacional dirían los politólogos- encabezado por el propio Ramón Vargas, quien se acompañará de Barbara Haveman, soprano holandesa que triunfa en Europa, recientemente en La Scala, George Petean, barítono rumano que ya cantó “Bohemia” con Ramón en el Liceu de Barcelona en marzo pasado y María Alejandres que maravilló a los leoneses con su interpretación de Adina en “El Elixir” del año pasado.

Por su parte la producción es de las llamadas “de época”, guiño complaciente con el público de León, más bien de gustos tradicionales en cuanto a producciones operísticas.

En fin, quienes vieron y oyeron a Ramón Vargas hace más de veinte años cantar “La Bohème” en México, se encontrarán ahora en el Bicentenario un tenor con la misma bella voz de entonces, pero graduado de Maestro.

 

La Magia de “La Bohème”, la Magia de Ramón Vargas


Repasando mis CDs de Ramón, dí con uno que es una joya, por cierto como las buenas joyas, no facil de encontrar hoy día. El disco en cuestión es un compendio de canciones italianas antiguas -de los siglos diecisiete y dieciocho- denominado «In My Heart», subtitulado «Nel Mio Cuore”. En él se escuchan melodías de Scarlatti, Paisiello, Caldara, Benedetto Marcello y otros músicos del Barroco, los auténticos precursores de la melodía cantada, tal y como la conocemos hoy.

Digo que esta grabación es una joya porque en ella podemos aquilatar, tal vez mejor que en ninguna otra, el grado de maestría que ha alcanzado en el mundo del canto nuestro tenor, seguramente el más estudioso y sabedor de los secretos del canto, de cuantos se encuentran en activo. Por ello, el éxito y el reconocimiento no son el resultado de un milagro: hay detrás dedicación, ensayos y estudio, mucho estudio.  En este país somos buenísimos para colgarnos las medallas de los atletas o tararear las arias de nuestros cantantes y festejar sus triunfos. Qué bueno sería que, además, los reconociéramos por los años, los días y las horas que les llevó prepararse para lograr el éxito.

Ramón Vargas está celebrando treinta años como cantante, lo que lo convierte en un tenor confiable y duradero. En ese tiempo su repertorio ha ido variando de acuerdo a la maduración natural de la voz humana. Hace un año que lo entrevisté para este medio con motivo del memorable “Elixir de Amor” que interpretó en el Bicentenario, me comentaba cómo «a todos los cantantes nos cambia la voz con el paso del tiempo, el único que he conocido –agregaba- que permaneció con su voz única y bellísima  toda la vida fue Alfredo Kraus».

Así, el Maestro ha dejado de cantar algunas obras del belcanto por ejemplo, y hoy afronta el reto de las de influencia belcantista de Verdi. De hecho,  con motivo del bicentenario del natalicio del compositor, el Met de Nueva York programó una temporada 2012-2013 muy «verdiana». En ella Ramón interpretará «Don Carlo», acompañado de Barbara Frittoli, Dimitri Hvorostovsky y Ferruccio Furlanetto, bajo la batuta de Lorin Maazel.

Sin embargo y aunque hace más de veinte años que no la canta en México (actractivo extra para acudir a las funciones del Bicentenario), «La Bohème»es una de las óperas fijas en su repertorio. En el Met por ejemplo, la ha interpretado en treinta y tres ocasiones; lo hizo por primera vez  el 20 de octubre del 2001 con Patricia Racette y Carlo Rizzi en la dirección, y la última el 25 de febrero del año pasado, con Maya Kovalevska y Marco Armiliato. Su calendario del 2011 lo concluyó con siete funciones de Bohemia en la Ópera de Munich y además, en febrero y marzo de este año la cantó en el Liceu de Barcelona con Angela Gheorghiu alternando con Fiorenza Cedolins.

De la pareja artística Gheorghiu-Vargas en «La Bohème» conservo un imborrable recuerdo. El 29 de marzo de 2008 estaba yo presente en el Met para una función doblemente histórica: Se iba a transmitir por primera vez en vivo y en Alta Definición a muchos recintos del mundo la función, tal como ahora se sigue haciendo con un gran éxito y se homenajeaba en ella también al gran director, productor y escenógrafo Franco Zeffirelli, creador de producciones operísticas que recorrieron el mundo.

Angela y Ramón, como dicen los taurinos, «bordaron» la más bella interpretación de la obra pucciniana que recuerdo, en vivo o en grabación alguna. El escenario lo ocuparon a plenitud y el  acoplamiento fue exacto, perfecto, porque la perfección de los instantes existe, se llama magia, y todos la hemos sentido alguna vez en la vida. Años después, en octubre de 2011, y pensando en un obsequio que yo deseaba hacer, Ramón me autografió en un café neoyorkino el DVD de esa función. Gran artista y mejor persona.

Una historia detrás de “La Bohème”del Bicentenario


Conocí «La Bohème» en 1960. Ese año me obsequiaron un album LP de Angel Records que aún conservo, producido en colaboración con La Scala de Milán en 1957 y con un elenco antológico: María Callas, Giuseppe DiStefano, Anna Moffo y Rolando Panerai entre otros, con el Maestro Antonino Votto dirigiendo la orquesta titular del Teatro. Esta grabación de estudio es producto de un convenio entre la casa Angel (ahora EMI) y La Scala. Los referentes que he ido recopilando a través de los años la señalan como «la mejor Bohème de la historia», pero vaya usted a saber, porque ha pasado tanto tiempo desde entonces, la ópera ha evolucionado, las temporadas y los teatros se han multiplicado, las voces hoy surgen a raudales y las técnicas teatral, vocal, auditiva, actoral y de grabación hoy día, no tienen que ver nada con lo que pasaba entonces.

(Por ello, por seguirle la corriente a la tradición, yo continúo militando con fervor entre los fans de la Callas pero, aquí entre nos, me gusta más escuchar y ver DVDs de Netrebko).

El folleto anexo al album de referencia contiene ilustraciones y bocetos de Nicola Benois sobre una escenografía y vestuario de «La Bohème» que se mantuvo en uso en La Scala  con modificaciones menores ¡hasta el año 1997!.

Benois, un ruso emigrado a Milán, ciudad que lo acogió hasta su muerte acaecida en  1988, continuó produciendo óperas en La Scala -prácticamente todas las que cantó su musa- y en muchos teatros más del mundo, adaptándose sutilmente a los tiempos que corrían en la moda operística; y he aquí que tal vez por gracia no «divina» sino de «La Divina» (así le decían a María Callas), «La Bohème» que veremos en el Teatro del Bicentenario los días 19, 22 y 25 de agosto, será con una de las últimas producciones de Benois basada en la mítica «Bohème de La Scala».

¿Cómo llegó a León una producción de Benois? Bueno, gracias a la conjunción de factores profesionales y de una adecuada gestión cultural: La producción fue comprada originalmente por el Teatro Municipal de Santiago de Chile y luego vendida por éste al Teatro de Bellas Artes….cuando su director era precisamente Alonso Escalante director ahora del Bicentenario. Sabedor de su existencia y sabedor también que el público de ópera en León, más bien de nueva militancia, no gusta de producciones operísticas tan modernas como las que se expanden por el mundo, gestionó acertadamente y la consiguió para esas tres funciones.

Para quienes acostumbramos a reverenciar los símbolos del arte que amamos, aunque nos señalen como nostálgicos, esta Bohème del Bicentenario tendrá el ingrediente adicional de una historia detrás de cada ropaje, de cada objeto del atrezzo, de cada decorado creado todo por Benois, que nos hablará de sensaciones vividas alguna vez o muchas veces en el santuario del arte escénico, La Scala.

Y ni hablar del ingrediente de un reparto de calidad que encabeza un intérprete del poeta Rodolfo de clase mundial, Ramón Vargas. Pero de las Bohèmes de Ramón hablaremos, si me lo permiten amigas y amigos lectores, el próximo domingo.

Termino estos comentarios con una curiosidad y es que, a pesar de haber estrenado en “su” recinto favorito nada menos que veintidós producciones, Maria Callas jamás cantó “La Bohème” sobre el escenario de La Scala….

Ramón Vargas cantará «La Bohemia»…. ¡Vuelve la magia de la Ópera al Bicentenario!


 

Regresa Ramón Vargas al Bicentenario en agosto, y lo hace con la ópera más conocida y también la más representada en el mundo, La Bohemia de Giacomo Puccini.

Para que tengamos una idea, solo en el Metropolitan Opera House neoyorkino (uso la referencia porque esta casa tiene la página web más completa posible), La Bohemia se ha escenificado ¡1239 veces! desde la primera función en esa sala el 9 de noviembre de 1900, hasta el 19 de junio del año pasado, fecha de la última. Es por supuesto la número uno en cuanto a representaciones en el Met, seguida por cierto de Aída con 1115,  Carmen con 971 y La Traviata con 969.

Muchos factores han influído para que se dé esta feliz coyuntura: Una adecuada y profesional gestión del teatro, un gobernador del estado con más educación y, por tanto, interés que su antecesor, pero sobre todo un enamoramiento mutuo entre Ramón Vargas y el público leonés, surgido hace un año con las tres memorables funciones del Elíxir de Amor que marcaron en la práctica el inicio de actividades del recinto, con un elenco dando lo mejor de sí  y un público que correspondió con un entusiasmo delirante.  Aquellas noches mágicas fueron la buena estrella que, en general, ha guiado desde entonces los pasos del Bicentenario.

Por ello los Padrinos de los teatros son en realidad los artistas como Ramón Vargas que dejan testimonios de arte y recuerdos felices, no los políticos y burócratas que aportan un recurso que no tienen en propiedad sino solo en administración.

En esta ocasión nuestro cantante más universal (y más sencillo también) cantará en León después de hacerlo en este mes en Viena con Don Carlo de Verdi y en Munich con La Traviata. Hay que decir que en ambos sitios del primer mundo de la ópera, Ramón Vargas es un personaje respetadísimo. Pues bien, de Viena a León….los aficionados de este arte escénico apasionante nunca nos imaginamos que algún día podríamos vivirlo….

Pero habrá más: a diferencia del Elixir y de Don Pasquale, el elenco de La Bohemia será totalmente internacional, la soprano holandesa Barbara Haveman, el barítono rumano George Petean, nuestra conocida del Elixir María Alejandres todos ellos bajo la batuta de János Kovács, titular por años de la Ópera de Budapest y de la Filarmónica de su país, la figura más respetada de la música actual en Hungría.

En colaboraciones subsecuentes nos estaremos ocupando de esta producción que se espera también de alcance nacional pues hay que decir que nuestro protagonista principal no canta La Bohemia en México ¡desde hace más de veinte años!. Hay muchas cosas para charlar, amigas y amigos lectores, y de todas ellas nos ocuparemos más adelante:

Las más de cuarenta grabaciones en CD de Kovács, la extensa trayectoria europea de Haveman, la melodiosidad como característica de la voz de Petean y la producción -escenografía y vestuario- elaborada en los Talleres de La Scala de Milán y diseñada por un histórico, la magia de una tarde inolvidable convertida en grabación en vivo de una Bohemia del Met con Ramón, Angela Gheorghiu y Ludovic Tézier. En fin, habrá material para los próximos días.

Tendremos tiempo también para apelar a la honorabilidad y sensatez de los Consejeros del Foro Cultural y del Teatro para que no comiencen a frotarse las manos -como de seguro ya lo están haciendo- con el disfrute de boletos de cortesía y el consabido tráfico de los mismos. Con actitudes de privilegio como ésas, sumadas a otras mil, el partido que los nombró y los protege recibió recientemente el más contundente rechazo de la ciudadanía.

Nueva Ópera, Nueva Fiesta….¿Viejos Vicios?


En las próximas semanas regresará la ópera al Teatro del Bicentenario y lo hará nuevamente de la mano de Gaetano Donizetti, el compositor belcantista italiano autor precisamente del Elixir de Amor con el que se inauguró para efectos operísticos nuestro Teatro en agosto de 2011. En esta ocasión se presentará Don Pasquale del mismo autor, una ópera si cabe más graciosa y cómica que aquella en la que oímos a Ramón Vargas.

Don Pasquale sí es una pieza musical claramente buffa, llena de equívocos y situaciones chuscas y por supuesto con una melodía alegre y armoniosa, muy fácil de digerir. Hace apenas unos meses -octubre del 2010- se convirtió en una estelar de la temporada del Met de NY ampliamente difundida: en transmisión vía satelital primero y en la edición de un DVD después. El reparto en esa ocasión lo encabezó por cierto la enorme Anna Netrebko.

Es Don Pasquale una pieza diseñada para el lucimiento vocal y actoral de todos los personajes que intervienen en la historia, particularmente para el protagonista que le da nombre. En León será interpretado por un conocido del público, el bajo cantante Noé Colín que ya cosechó un gran éxito entre nuestro público por su interpretación de Dulcamara en el Elixir y cuyas dotes histriónicas son inmejorables para el nuevo papel.

El elenco del Don Pasquale leonés tiene algunas particularidades que conviene resaltar. Para empezar, esta producción es posible -dadas las limitantes de las que comentábamos la semana pasada- gracias a una especie de co-producción entre nuestro Teatro y la asociación operística filantrópica de la ciudad de México, Pro-Ópera, A.C., que también era mencionada en nuestros comentarios de hace una semana.

Esta colaboración interinstitucional es sin duda atinadísima y oportuna pues representa el seguro de supervivencia de las casas de ópera en el mundo, en tiempos de crisis. En nuestro caso, demuestra las ventajas de entregar los manejos de dirección del recinto a profesionales que saben cómo hacer las cosas y con quién; prescindiendo lo más posible de los personajes intrusivos que nunca faltan  en torno a la toma de decisiones, deseosos de hacer valer sus opiniones.

Por último y aunque el elenco vocal de esta producción es cien por ciento mexicano (como el del Elixir, por cierto), conviene destacar la particularidad de que, en general, desarrollan sus carreras profesionales fuera del país. Tal es el caso de Noé Colín quien desde hace años cuenta con una respetable aceptación en muchos escenarios europeos e incluso tiene en su haber un CD grabado en la República Checa de la ópera Matilde di Shabran, de Rossini; o el tenor Jesús León que interpretará el papel de Ernesto en la producción del Bicentenario.

Jesús León vendrá a este recinto luego de cantar durante este febrero el Requiem de Mozart en el Auditorium de Milán y partirá una vez completado su compromiso local a una extensa cadena de representaciones en Gran Bretaña, que incluyen el Royal Albert Hall de Londres y las óperas de Liverpool, Blackburn y Oxford.

Don Pasquale se presentará en el Bicentenario los días 7, 9 y 11 del próximo marzo. A aquel de nuestros lectores o lectoras que decida asistir, le prometo que no se arrepentirá, porque ¿acaso nos arrepentimos quienes fuimos a alguna de las funciones del Elixir –o a dos de ellas, ¡o a las tres!- en agosto pasado?….

 

Teatro del Bicentenario…Un incierto Futuro


Este es un año crucial para el futuro de nuestro Teatro. ¿Por qué? Por muchas razones.

El gobierno del Estado, que lo construyó y al que mientras pudo le sacó el provecho propagandístico que todos conocemos pero que hoy se encuentra en una languideciente decadencia, muy seguramente borrará el Teatro de su lista de prioridades, si es que tiene algunas pues lo peor es que sus arcas también están languidecientes luego de apoyar campañas políticas sin fin en todos los estados de la República.

Si a eso le añade usted el desánimo, la pérdida de la ilusión y el surgimiento de un nuevo «liderazgo» en su partido, parece claro que Juan Manuel Oliva, hoy, no será un interlocutor interesado a la hora que los consejeros del Forum se acerquen a solicitar más recursos de los originalmente presupuestados, como antaño sucedió.

El Teatro pues, está en un riesgo real de cierre de actividades luego de que se agote su exigüa partida presupuestal y hasta su guardadito de las taquillas del 2011, lo que nos colocaría en el penoso nivel de algunas casas de ópera del viejo continente -otrora prósperas- como el Liceu de Barcelona que ya anunció su cierre anticipado de temporada con la supresión de varias óperas y funciones programadas, una vez que concluyan las representaciones de La Bohème a fines de marzo, por cierto con nuestro paisano Ramón Vargas y Angela Ghiorghiu. Las razones de este cierre las fundamentan en la supresión de las subvenciones por parte del gobierno y la caída del 30% de las donaciones privadas, por efectos de la crisis.

¿Qué se puede hacer para evitar este futuro incierto? Bueno, para empezar hay que decir que, en todo el mundo, la ópera, el ballet, la música sinfónica, son actividades subsidiadas por sus altos costos de producción y operación, solo que estos subsidios provienen en su mayoría de la beneficencia privada. En México hay  instituciones para ejemplificar lo anterior: la asociación Pro-Ópera en la capital que a través de un sistema de donaciones establecido según el modelo del Met de Nueva York, se encargan de producir óperas, instituir un sistema de becas, etc. Empresarios como Alfredo Harp Helú y muchos otros participan y colaboran en este proyecto para el desarrollo de la ópera en México.

De hecho, el Don Pasquale que en marzo se cantará en el Bicentenario, es una producción de Pro-Ópera.

El otro ejemplo a seguir es el Ballet de Monterrey, la formación más importante del país en ese ámbito, fundado en 1990 por Doña Yolanda Santos de Hoyos que para presidirlo se acompaña de un Patronato privado y que nunca ha recibido un solo centavo de subsidio oficial. En sus casi veintidós años de existencia se ha convertido en la institución de ballet más importante del país, por encima de ballets oficiales, por sus producciones, sus solistas y su escuela.

León en cambio, salvo contadísimas y elogiables excepciones, no tiene una formación para la filantropía institucional y menos si esta es cultural. Mucho me temo que cuando se plantee el futuro del Teatro esto acabará siendo una loza muy pesada y una lucha cuesta arriba. Para empezar, quien encabece un gran proyecto de captación de recursos privados para el Bicentenario tendrá que ser un personaje de prestigio en el mundo empresarial y de conocidas virtudes filantrópicas y en el actual Consejo del Forum Cultural –teatro incluido- solo hay una persona (Roberto Plascencia), quizá dos (David González), que respondan  a ese perfil.

¿Los demás?….Los demás ya se sabe: solo están ahí para figurar, para repartir discrecionalmente y a su antojo boletos de cortesía, no importa que los beneficiarios no vayan o abandonen las salas a mitad de los eventos, para lucirse de camerino en camerino, o para estar a las caiditas de cualquier gorra  por cuenta del Teatro o, más bien, del subsidio del Gobierno del Estado y de los que pagamos nuestras entradas.

Por último, ¿será posible que algún día conozcamos lo que estos prohombres de la cultura local han aportado, en di-ne-ro, para hacer del Teatro del Bicentenario el sueño convertido en realidad de los leoneses y los guanajuatenses?….

Entrevista a Ramón Vargas II


«Los Consejeros del Teatro deben llevar recursos…o dejar su lugar a otros que sí lleven»

El tema de la filantropía cultural en este país ha despertado desde siempre muchas sospechas. La desconfianza en el manejo de los recursos públicos que está en el ánimo de todos los mexicanos se magnifica cuando se trata además de entregar recursos privados a estamentos nebulosos para que los manejen y administren, como en el caso de ciertos organismos culturales que aspiran a potenciar su presencia en la comunidad.

Por ello y salvo muy contadas excepciones, nunca en México funcionará el altruismo de esta naturaleza, sobre todo en comparación con lo que sucede en otros países, destacadamente en Estados Unidos donde instituciones culturales y artísticas dependen, casi exclusivamente, de las donaciones privadas. Gracias a su transparencia, bibliotecas, museos, institutos, teatros, ballets, casas de ópera, sinfónicas, se ven beneficiados con recursos impensables para nosotros, provenientes del capital privado.

¿Por qué esto es así? me lo he preguntado siempre, y se lo pregunté también a nuestro artista tal vez más universal en el campo interpretativo, Ramón Vargas.

-«En México por desgracia no existe la cultura del filantropismo como en otros países y es que mucha gente usa los organismos culturales para servirse de ellos, por eso asociaciones como Pro Ópera y otras enfocan sus esfuerzos más en la educación artística y el descubrimiento de nuevos valores que en la promoción de eventos o espectáculos en sí. En colaboración con Pro Ópera por ejemplo tenemos la «Beca Ramón Vargas» que forma a nuevos talentos mexicanos y les apoya en sus estudios, viajes, hospedajes, manutención, etc.

Esta beca ya ha rendido frutos concretos: María Alejandres, que cantó conmigo el «Elixir» en agosto en León y en esta temporada cantará en La Scala o Arturo Chacón-Cruz, un excelente tenor sonorense que ya está triunfando en Europa también, son dos ejemplos de beneficiarios de la «Beca Ramón Vargas» y espero que pronto talentos leoneses y guanajuatenses puedan audicionar a través de Pro Ópera para aspirar a estas becas».

En el caso concreto de León, en el Teatro del Bicentenario existe un Consejo cuyas atribuciones, alcances, forma de integración, origen de los nombramientos, etc. no se conocen muy bien. Sin embargo lo que sí se sabe es que sus integrantes consideran que el tiempo, esfuerzos, conocimientos (?) que le dedican al Teatro exigen que este se los retribuya en forma de boletos de cortesía, tarjetas magnéticas para los estacionamientos del Forum y otros pequeños privilegios. ¿Esto es así en todo el mundo Maestro?

-«Por supuesto que no. Los consejeros de una institución como esta deben llevar dinero a sus organismos y si no lo llevan, dejar su lugar para quien sí lo aporte.

Tenemos el caso de aquí, del Met, donde hasta los donantes de un millón de dólares anuales o de cualquier otra cifra, PAGAN SUS ENTRADAS y por supuesto que no solo no lucran con el Teatro sino que, además de costarles los boletos, si no los utilizan los regresan en las taquillas para que el teatro se beneficie doblemente. Bueno -aclara- por ejemplo, a la señora Bass (Mercedes T. Bass, Presidenta del Consejo de Patronos) se le tienen ciertas consideraciones….pero es que ella dona alrededor de treinta millones de dólares anuales a los distintos fondos del Met….»

Este intercambio de ideas -generoso e ilustrativo por parte de Ramón Vargas- lo efectuábamos la víspera de una actuación más del tenor mexicano en el Met, la número ¡202! (se dice fácil subir a uno de los escenarios top del mundo más de doscientas veces en plan protagónico). ¿Qué haces el día de la función?

-«Camino por la mañana un poco por Central Park, descanso, estudio; me gusta llegar al teatro con mucha anticipación (una hora y media o dos horas antes de la función) allí ejercito la voz, me relajo, hago que me maquillen con calma, cambio impresiones con otros cantantes o con el personal, me visto pausadamente y espero así la hora de iniciar….»

En fin, platicar así por las cercanías del Lincoln Center, en el bullicio de Columbus, Broadway y la 65, a unos pasos de la Richard Tucker Square, pequeña escuadra verde perdida en ese cruce tan transitado y operístico y llamada así en memoria de quien fue por más de veinte años, desde los cuarentas a los sesentas, el tenor de casa, el «caballito de batalla del Met» le decían y hacerlo además con Ramón Vargas, una estrella del canto, un tenor de clase mundial, un personaje con mucho que enseñar, un amigo y un hombre de bien, es un agasajo, una gozada,  un privilegio.

Para León y en próximos artículos quedan las dudas, los reclamos, la molestia causada por la vulgaridad de personajes locales con aura de bienhechores y con la historia sórdida de sus pequeños abusos.

….Y la duda que me asalta: ¿cuántos de esos «benefactores» del Consejo pasarían por taquilla a comprar sus boletos si se llegasen a suprimir las cortesías?….seguramente muy pocos.

Entrevista (1): Ramón Vargas en las alturas del Met


En un café de los muchos que abundan en las inmediaciones del Lincoln Center, en el bullicioso West Side neoyorkino, pasé al inicio de la semana que hoy termina una tarde enriquecedora con Ramón Vargas la víspera de la cuarta función de la Temporada en el Met y la primera con el barítono polaco Mariusz Kwiecien, quien originalmente encabezaba el reparto y al que ahora regresó después de una intervención quirúrgica.

Con distancia de por medio, con relación a León claro y a México, la agudeza y el enfoque de los comentarios y las respuestas del tenor de pronto adquirieron otra dimesión y me vi, amistad aparte, frente a un mexicano universal que triunfa consistentemente en los principales escenarios operísticos del mundo.

– No obstante que el año próximo cumplirás veinte de presentaciones regulares en las temporadas del Met, esta es tu primera experiencia con Don Giovanni, ¿cómo afrontas el Don Ottavio que interpretas en esta nueva producción?

– Con mucha ilusión porque cuenta con un elenco de grandes voces y una producción ágil y sin embargo respetuosa de la tradición. No me cansaré nunca de elogiar el profesionalismo de mis compañeros, como Mariusz que hace apenas dos semanas estaba siendo intervenido de una hernia discal y hoy está regresando con una voluntad ejemplar.

– Cuando te entrevisté en León y te pregunté por tu futura presentación en Don Giovanni, me dijiste que era la vuelta a tus viejos amores, sin embargo a lo largo de tu carrera no la has cantado muchas veces.

– En efecto, el papel de Don Ottavio lo interpreto desde hace años porque me ha servido de introducción al repertorio mozartiano. “Idomeneo”, “La Clemenza de Tito”… Hace tres años canté una nueva producción del Covent Garden de la que por cierto se hizo un DVD y ahora culmino mi anhelo de cantarla también en este gran recinto. Además la partitura de mi personaje aunque es en cierto modo ingrata por el lucimiento visible de los dos barítonos estelares, es bellísima, con dos arias sustantivas, “Dalla sua pace” y “Il mio tesoro”.

– ¿A qué dedicas tus “horas muertas” en NY, dado los días que median entre función y función?

– A estudiar. El Met te proporciona maestros pianistas para que te auxilien en esa tarea; yo estudio prácticamente todo el día.

– En León durante los diez días que permaneciste allí, recuerdo que estudiabas Rachmaninoff, ¿ahora qué estás preparando?

– Estoy estudiando “Los Cuentos de Hoffman” que esta temporada cantaré en la Scala, después de “La Bohemia” en Viena y antes de otra “Bohemia” en el Liceu de Barcelona.

Fue una plática sin agenda, un tanto cuanto deshilvanada, llena de bonhomía y cordialidad de su parte. Entonces se me ocurre entrar a terrenos más delicados buscando la opinión de alguien con su autoridad moral –la mayor en la ópera mexicana- y me encontré con la versión seria, madura, clarificadora de un personaje que ha dedicado grandes esfuerzos, tiempo y recursos a la filantropía artística y a la formación de nuevos talentos.

La próxima semana daremos continuidad a esta plática-entrevista con las reflexiones de Ramón Vargas y las inquietudes que me han planteado muchos lectores sobre la participación privada en las actividades culturales que promueven los organismos oficiales, las dudas, las desconfianzas, el tráfico de influencias, las prebendas, los boletos de cortesía y otros pecadillos y pecadotes de ciertos personajes del sector privado que se sienten altruistas cuando en realidad buscan privilegios, contrario a la visión anglosajona del altruismo cultural, que funciona muy bien.

Caminé con Ramón rumbo al edificio central del Lincoln Center que alberga la casa metropolitana de la ópera neoyorkina y nos despedimos frente a la fuente del centro, con mi deseo de transmitirle  las mejores sensaciones para la función del martes 25 que yo iba a presenciar.

En ella y frente a un público ahora sí conocedor y mozartiano, Ramón Vargas alcanzó gran altura artística e interpretativa con el aria más difícil de esta ópera y seguramente de todo el repertorio del músico austriaco, “Dalla sua pace”, del primer acto de Don Giovanni. Su grado de dificultad estriba en la extensión de sonidos entre las notas más graves y las más agudas que el aria exige y los muchos legatos que hay que afrontar en su desarrollo. Todo esto en el marco de uno de los adagios más bellos de toda la obra de Mozart.

Por la noche al llegar a mi hotel, emocionado le mandé un correo que me contestó con afabilidad a la mañana siguiente. Le escribí:  “Me regreso a Mexico con un gran sabor de boca. La mejor «Dalla sua pace» que he escuchado nunca. Denota no solo un don personal sino algo más, adquirido con el tiempo: maestría, estudio, disciplina. Esas cualidades te dan la categoria de Maestro. ¿Viste la gran reacción del público y los «bravos» después de las dos arias y al final?. Bravísimo, Maestro”.

….Y como la primera impresión es la que cuenta, hoy la sigo suscribiendo plenamente.